La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La Bocamina

La Bocamina

En cuanto llegan los clientes a este establecimiento gigantesco en cierta zona más allá del Pajares, hasta no ha mucho conocido como Casa Villa, los atavían con un overol azul y les entregan un casco con luz incorporada para que los vistan sin perder tiempo, porque son numerosas las filtraciones de agua, frecuentes los desprendimientos de pequeños cascotes e inexistente otra luz que la de sus propias linternas. Penetran los grupos en grandes jaulas metálicas con las que descienden un número impreciso de metros hacia las profundidades a lo largo de interminables minutos. Salen al fin a negras galerías donde se escucha repetidamente una conocida pero poco alegre tonada del cantante Vitormanuel, con muchos seguidores en la comarca, y toman asiento en los propios bancales hasta que llega el servicio, siempre oriundo del lejano Senegal, y entrega a cada cliente una bandeja que han de sostener sobre las rodillas. En un platillo hay unos como milhojas de panes de oro y de panes de plata en otro. Los senegaleses dicen "No problem, no problem" a los comensales inicialmente reticentes, "bueno para salud, cuerpo digiere", y entonces éstos los atacan con curiosidad y cubiertos desgastados y los encuentran exquisitos. Al pan lo llaman negro, aunque no es tal sino tan sólo oscuro, por la materia prima de que parte. Y hay otro platillo de arròs negre, que les parece delicioso, y aún una morcilla entera, curada al humo, que comen con fruición sin saber que la repetirán el resto del día con disgusto, además de un chorizo de esos oscuros que llaman sabadiegos.El pastel de chocolate negro del postre no agrada a todos porque la mayoría prefiere el que lleva leche, ingrediente que tampoco se puede añadir al café, negro y de pota, aunque sí con pingarates. Que no haya otra bebida distinta del orujo desconcierta al principio, pero no tardan los comensales en cogerle el tranquillo a la botella compartida, de la que se bebe a puro morro.

Cuando retornan a la superficie a los clientes les embriaga un sentir como de flotación y más de uno canturrea por lo bajo la tonada insistente con palabras poco entendibles. La experiencia ha sido sorprendente y son muchos los que aseguran que la repetirán muy pronto, aunque no les entreguen factura a la hora de pagar, pues para nada la quieren, dado que esto no desgrava.

Compartir el artículo

stats