La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Naciones unidas

Naciones unidas

Piensan algunos que este establecimiento de la madrileña Casa de Campo tiene algo que ver con Unicef, con la Unesco o con la mismísima ONU, pero se equivocan: es un capricho personal de Javier Elcano Maldonado, marqués de las Marismas Onubenses, afincado desde la infancia en la capital de España. Este terrateniente ha recorrido el mundo hasta sus rincones más inverosímiles y, sabedor de su privilegio, ha querido que el mundo llegara a los compatriotas que no podían permitirse su continuo trasiego.

Como el espacio era tan amplio como barato -sus contactos en la alcaldía al fin servían para algo-, el marqués hizo proyectar en el suelo del local un enorme mapamundi y colocó una mesa y sus correspondientes sillas en cada país, lo que supone que el Naciones Unidas ofrece casi doscientas de las primeras y otros tantos cocineros oriundos. Porque, supongamos, un matrimonio toma asiento en la mesa de Pakistán y enseguida podrá degustar un karahi de ternera preparado por un nativo; en la de Venezuela, y al momento un chupe caraqueño; en la de Islandia, y al instante unas fiskibollur, sus célebres albóndigas de pescado; y así sucesivamente.

Resulta un incordio el que cada diez o quince minutos suene en todo el recinto el himno de uno de los distintos países del mundo, por riguroso orden alfabético, ante lo que el conjunto de comensales debe ponerse en pie y escucharlo con la solemnidad debida. No hacerlo supondría una sanción consistente en abonar el importe de la comida de quienes estén a la mesa del país objeto de la descortesía, por lo que nadie osa nunca incurrir en esa falta.

Al final del servicio todos los comensales -entre los que no es raro encontrar al expresidente Zapatero-, el personal de sala, el de cocina y el de administración se ponen en pie nuevamente, se toman de las manos en una gran cadena y cantan el Himno Europeo, a falta de un himno mundial. Ciertamente, hay personas que no acuden al establecimiento porque no pueden resistir este folclore, aunque aplaudan la magna posibilidad de probar cualquier cocina del mundo al alcance de la mano. Pero no es menos cierto que hay muchas otras que vienen todos y cada uno de los días del año con el ilusorio afán de probar todos los platos que se hacen en el planeta a lo largo de cuanta vida les quede.

Compartir el artículo

stats