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El Alcázar

El Alcázar

En pleno casco histórico de la vetusta capital, El Alcázar se siente una especie de bastión frente a los tiempos que corren y los vientos que soplan. Nada por fuera llama la atención, pero por dentro todo está pintado con los dos colores de la enseña nacional y lucen en los muros algún casco de guerra alemán y distintos tipos de bayoneta de calar. Los propietarios, el maduro Roberto y su joven amigo Pedro -las malas lenguas dicen que son pareja, pero nadie las cree sabiendo de su perfidia- se ufanan de que allí se sigue a rajatabla el manual de cocina regional de la desaparecida Sección Femenina, por lo que el comensal sabe bien lo que le puede llegar a la mesa: consomé al Jerez, coliflor al ajo arriero, patatas en ajopollo, sopa riojana, gañotes de huevo, pantortillas de Reinosa, tarta de la Virgen...entre una infinidad de muestras de la cocina más racial, lo que el cliente vitorea en cada ocasión, porque la guisandera, una manchega de Argamasilla de Alba, tiene una excelente mano casera. Pero la especialidad más demandada son las 'cocretas de ave' y las 'almóndigas de ternera', que así figuran en la carta y que entusiasman al personal.

Como nota singular cabe destacar que el mesero siempre pone sobre los manteles de hule el mismo aperitivo al centro: una botella de litro de cerveza Águila Negra, unos chicles de la marca Bazooka, unos tallos secos y dulzones de una planta llamada regaliz -que conocen los más expertos como palodul- y unos trozos de lo que llaman pan de higo, producto más que exótico menos para los habituales, a quienes parece resultar muy familiar y apetecible. Otra singularidad es que los camareros dicen 'Que aproveche' cada vez que dejan un plato, y que nunca falla nada, porque hay entre el personal mucha conciencia del deber y una disciplina casi marcial.

También destacan en las paredes una notable fotografía muy ajada en medio perfil de un personaje que debió de ser célebre pero al que no logramos identificar y en otra un texto enmarcado que reza "Hoy no se fía, mañana sí", pese a lo cual no son pocos los que le dicen a Roberto (o a Pedro) "¿Me lo apuntas?", y éstos lo hacen sin problema, porque son clientes con garantías, no como los de otros establecimientos más a la última.

Al levantarse algunos miran con ojos de besugo (o de cordero degollado, no podemos precisar) al añoso retrato y suspiran: "Ay, qué falta nos hacías". Y dirigiéndose a la propiedad: "Igual volvemos un día de éstos". "Cuando gusten, ya saben que ésta es su casa", responde la misma. "No, me refiero a lo que dicen por ahí", puntualizan, y marchan más que satisfechos.

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