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Barquillos, el dulce insumergible

Guillermo Pelayo vuelve a la playa de Salinas con su bombo cargado: "El verano está siendo muy raro", lamenta

Guillermo Pelayo vende uno de sus barquillos a Ángela Cerro Barroso, ayer, en la playa de Salinas. RICARDO SOLÍS

A nadie le amarga un dulce, y menos un barquillo de los de Pelayo. "El verano está siendo muy raro", asegura Guillermo Pelayo. "Ya de mano, elaboro unos 120 menos al día y, encima, tardo mucho más tiempo en vender los que traigo", lamenta el barquillero más famoso de Avilés y comarca. "Tengo muchos clientes de Madrid y Valladolid que este año no han venido, y lo estoy notando bastante", lamenta.

La nueva normalidad del barquillero pasa por extremar las recomendaciones sanitarias. "Tengo que limpiar el obrador constantemente", señala.

Una de las partes fundamentales de su negocio es el contacto constante con monedas, por eso "no puedo tocar los barquillos. Siempre lo hago con servilleta y doy una bolsa de plástico". En cuanto al precio -fijado en 0,70 euros la unidad- "lo mantengo. Hay que aguantar estoicamente". El tema de la mascarilla "es una puñeta", asegura el barquillero. "Estoy todo el día con ella puesta y no oxigeno bien", explica. "Este año me están dando más calambres de lo normal", añade. Y no es de extrañar, teniendo en cuenta que carga con un bombo que "lleno pesa casi 40 kilos".

Como empresario autónomo admite que el confinamiento ha sido la peor época de su vida. "Es muy complicado ver cómo no puedes meter ni un solo euro en casa", señala. "Nunca lo pasé tan mal. Cogí una depresión de caballo", añade el barquillero. "Me acostaba a las cuatro de la mañana y me levantaba a las siete. Mi mujer me decía que para hacer eso valía más que ni me acostara", bromea entre venta y venta en el paseo de la playa de Salinas.

A pesar de los malos tragos, Pelayo parece que poco a poco va recuperando la sonrisa. La gente lo aclama y reclama, casi a partes iguales. "Es que los peques no pueden pasar sin los barquillos", comenta la ovetense Claudia Pieruz. "Estábamos en el agua y me mandaron venir corriendo a comprar unos cuantos", cuenta casi sin aliento. "Nosotros le compramos para dos días", afirma a pie de playa el avilesino José Vigil, en compañía de su pareja.

La figura de Pelayo, el barquillero, es un icono de la temporada estival de Salinas. "Es un componente más del paisaje de la playa", opina José Luis Martínez, deseoso de disfrutar de la media docena de barquillos que acaba de comprar. "Pelayo es una institución", asegura el avilesino Nacho Menéndez.

Los clientes tienen en un altar a Guillermo Pelayo por muchas razones. Una de ellas es la de endulzar sus vidas tanto en las buenas como en las malas. Y ahora le toca vender barquillos en tiempo difíciles.

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