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Bar Speed

Bar Speed

Iba a ser un restaurante, pero la propiedad decidió al final que mejor llamarlo bar para que la gente no se apalancara en las mesas, sobrevolando la autopista del Cantábrico. Sin embargo no es bar, sino restaurante de pleno derecho, mera semántica podría decirse, quizás mera psicología, ya que no deja de ser cierto que con la nueva noción la clientela no tarda en ahuecar el ala. No bien sentado a la mesa al comensal ya le preguntan qué va a comer, sin haberle entregado la carta. Y si éste se muestra dubitativo, el camarero le señala un gran espejo donde están escritos con letra caliza todos los platos. Pero la distancia la vuelve borrosa. "No se preocupe, se la recitaré al señor para no perder tiempo". Y lo hace en un abrir y cerrar de ojos. El cliente, cohibido, recuerda tan sólo tres de las cincuenta y seis opciones y eso pide: consomé, croquetas de ave y merlucilla. Antes de que se haya podido anudar la servilleta al cuello ya tiene ante sí los tres platos a un tiempo y la nota con el importe. "¿Tomará alguna cosa más?", pregunta el mesero a la tercera cucharada. "No, esto será todo, muchas gracias. O sí, el agua que se ha olvidado" A los pocos segundos botella y copa están sobre la mesa. "¿Terminará ya el señor? Perdóneme, pero es que hay mucha gente esperando". "En ello estoy", responde el atragantado comensal. Y a los pocos minutos empieza a percibir miradas torvas y gestos hoscos por parte del servicio. "¿Sería tan amable de abonarme la factura?", le espetan cuando aún no ha atacado la merlucilla. Es el momento en que decide levantarse de la mesa y dejar el importe exacto. Antes de abandonarla una familia ya ha tomado asiento en las sillas libres y un niño clava el tenedor en el pescado. Una vez en la calle, el cliente advierte un sentimiento de frustración y piensa que ha de volver otro día con más calma, porque todo parecía estar muy sabroso y el servicio fue sin duda muy diligente, y a la par ceremonioso.

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