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El Sella sigue su curso

Competiciones improvisadas en el río y chalecos, collares y monteras dan color al día del Descenso más nostálgico

El Sella, sin fiesta pero al completo: más de 5.000 palistas en el agua

El Sella, sin fiesta pero al completo: más de 5.000 palistas en el agua

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El Sella, sin fiesta pero al completo: más de 5.000 palistas en el agua Arriondas / Ribadesella, Carlos LAMUÑO

"Guarde el público silencio", clamaba Ana González, enfundada en las mallas verdiblancas del club de piragüismo de Castro Urdiales (Cantabria). Y el reducido público, efectivamente, guardaba silencio y se cuadraba ante la veterana palista, que elevaba la voz sobre las aguas del Sella, sobre el ruido del tráfico de la entrada de Arriondas y el chapotear de los remos de los turistas. "¡Guarde el público silencio!", repetía, ante las descomunales y coloridas letras que, en la otra orilla, recuerdan la 83.ª edición del Descenso Internacional del Río Sella. Siete años después de que se rotulasen aquellas palabras, apenas una decena de deportistas alcanzaba a escuchar los versos del pregón que escribiese Dionisio de la Huerta en 1935.

En la mañana de ayer no había multitudes para recibir esas palabras que tantos conocen desde niños. Y, seguramente, hubiese fiestas más alegres, movidas y galanas que la que se vivió ayer entre Arriondas y Ribadesella. Pero, cuando la improvisada pregonera, con media pierna hundida en las aguas del Sella, gritó: "Cantadlo con toda el alma, que resuene en todo el valle", el valle entero se estremeció, como si lo estuviese esperando. Y, ajeno del todo a al virus que ha obligado a suspender el que sería el nonagésimo Descenso del Sella, contuviese un año más el alma de todos los asturianos. Y "todos, todos, todos", al menos todos los que estaban, enronquecieron las gargantas para cantar voz en grito el himno de Asturias, el himno de Las Piraguas.

"Desde por la mañana se sentía que era el día. Por el ruido, por el tiempo y por el ambiente", trataba de explicar, sabiendo que se trata de algo inexplicable, el cangués Kiko Vega, instantes antes de que el club cántabro escenificase el pregón que cada año se lee en Arriondas el primer sábado de agosto. "Aunque esta vez no había nervios en el desayuno", bromeaba el palista, tetracampeón del descenso en la modalidad de k-1. Su aplomo y resignación respecto a la cancelación de uno de los eventos más importantes en el mundo de la piragua y una de las principales fiestas de Asturias, lo justificaba en el deporte, pese a la tristeza que quiso manifestar "por la hostelería". "Para los deportistas es más fácil de asumir, porque tenemos paciencia, sabemos que el esfuerzo no da sus frutos de un día para otro", afirmaba mientras entraba al río con una pausa que ayer, por primera vez, se podía permitir.

Donde otros años había tensión competitiva, ayer había relajación y jolgorio, los profesionales se acercaban sin falta a realizar el descenso, pero con una actitud más parecida a la de quien se va de vacaciones. No en vano, el grueso de las embarcaciones que ocupaban el río, eran las toscas canoas de plástico de los turistas. La cosa no estaba para tomárselo muy en serio.

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Gran ambiente del día del Sella sin fiesta oficial de Piragüas

Mientras tanto, sobre las calles de Arriondas flotaba una nostalgia infinita. Las casas estaban engalanadas y muchos de los viandantes lucían los tradicionales chalecos selleros, pero nada era lo mismo. Por la Plaza del Cañón se veía, incluso, alguna montera, pero nadie cabeceaba sobre una cerveza, no se oían gritos de júbilo ni había desfiles de tritones. No era (del todo) una mañana de Piraguas, pero como con las procesiones, hay quien lleva la fiesta por dentro. Y, como siempre, cada uno vive las Piraguas a su manera.

Los palistas de Castro Urdiales, por ejemplo, combinaban el ambiente festivo con las ansias de competición. Además de improvisar el pregón, estaban completamente preparados para el descenso. Por tener, tenían hasta árbitro. A la altura de Toraño, se reagruparon, y, allí, la piragua de Daniel y Miguel Palacio (padre e hijo), había completado la distancia en unos 34 minutos. Una digna marca para un día festivo. Allí, el mayor de los Palacio rememoraba todos sus descensos del Sella: "Llevo 39 años sin fallar ni uno". Lo que hizo que el resto de sus acompañantes echasen cuentas sobre quién era el más veterano del grupo. Era evidente que nada les iba a impedir coger la piragua y completar el recorrido un año más. Aun viniendo desde Cantabria. Y, mucho menos, y ya que estaban, dejar de disfrutar del día.

Y como a ellos, a tantos otros que trataron de vivir estas Piraguas peculiares de este verano peculiar de la manera más parecida a la de siempre. Hubo quien hizo su particular y tradicional descenso del Sella motorizado. Vespas llegadas de Ribadesella se congregaban en la plaza del Cañón para salir en caravana, siguiendo la carretera que acompaña el margen del río hasta llegar a la desembocadura en Ribadesella. Este año no podrían disfrutar de la llegada, pero sí de las vistas y de una ruta mucho más descongestionada que de costumbre. Este era el caso de los riosellanos Calano Bulnes, Inés Ramos y Emilio Pérez-Abad, que hicieron el trayecto con la misma ilusión de siempre. Pues el ambiente sellero es irreductible en los corazones del oriente. Puede que la fiesta este año se viviese con nostalgia, pero no dejaba de vivirse. Y se hacía gala de ese sentimiento de las maneras más variadas.

En la villa riosellana, por ejemplo, era muy común encontrar mascarillas con lemas de apoyo al descenso. Como era el caso de la jovencísima Inés Manjón, vecina de Piloña, que portaba una que rezaba un rústico "Vivan Les Piragües". Y es que el espíritu sellero se lleva en cada prenda. Otras mascarillas portaban la misma colorida bandera que adorna las ventanas en estos días festivos.

Y, así, la nonagésima (no) fiesta de las Piraguas llegaba a su fin. Y, este año más que nunca, deseando que lleguen las siguientes. Y que, entonces, se vuelva a cantar con toda el alma. Que vuelva a resonar por todo el valle. Pero que miles de corazones alrededor del puente de Arriondas vuelvan a estar en un puño.

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