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Murias, el Cudillero de la cordillera

Con cien casas colgantes, una iglesia grande del XVIII y una colegiata en el recuerdo, este pueblo allerano es quizás el más pintoresco del concejo

Vistas generales y detalles de Murias. | E. A.

A sesenta y tres curvas y ocho kilómetros de Moreda por una carretera que culebrea al lado del Río Nigru aparece de golpe el pueblo de Murias. Para verlo hay que levantar la cabeza, porque casas, cuadras y hórreos cuelgan agarrados al monte, entre caleyas retorcidas por las que, sin embargo, pasan los coches, la furgoneta del panadero y los lunes atruena a media mañana el turullo de un altavoz.

—¡Patateroooo…! ¡Traigo patatas nuevas y baratas! El papaterooo…

Pero Murias no es un pueblo ruidoso. Grazna el ferre, suena una desbrozadora ocasional, la curuxa llama al anochecer, curú, curú, curúúu.., y los perros ladran por ladrar. ¿Perro? Ya nadie en Murias dice pirru, guetu, muzu, ventenu…, ni cachar (‘callar’) o pechiyu (‘pellejo’). En el habla muriana de hoy ya no hay metafonía ni nadie pronuncia la che vaqueira que los doctos académicos de la Llingua grafían l.l. Un rasgo lingüístico aberrante es el plural en -as. En Murias siempre se han comido sopas y fabas, nunca sopes y fabes. ¿Influjo castellano de Busdongo y Villamanín, que están “trascombando” la cordillera? Qué verbo más airoso: trascombar. Es un murianismo, porque el diccionario académicu dice ‘trescombar’.

Murias, el Cudillero de la cordillera Eduado ALONSO

En el silencio suena lejano día y noche el río invisible, hundido doscientos metros debajo del pueblo. Con las tormentonas y diluvios de junio se salió de madre la cascada de Xurbeo, convertida en un proyecto de Iguazú, y resonaba poderosa como un compresor.

El Ayuntamiento hace lo que puede –no es mucho: manca finezza– para que la maleza y el bosque no engullan las casas, y en verano ofrece visitas guiadas a la cascada con el sueño de que lleguen turistas japoneses de veinte en veinte. Y el domingo pasado, lo nunca visto: subió desde la villa –Moreda– un trenecito de feria lleno de pasajeros. Hasta los jabalíes quedaron boquiabiertos.

A seis leguas de Oviedo

En el Diccionario de Madoz (1822) se lee, quizás, la primera referencia escrita: «la parroquia de Murias está en las montañas más ásperas de Asturias, a seis leguas de Oviedo, el terreno es quebrado, montañoso y de mala calidad». Este dato y otros con fotos y mucha enjundia figuraban en un panel a la entrada del pueblo, pero se lo llevó el vendaval de marzo y dicen que está en reparación, sin prisas. Un eslogan para la Asturias rural: un paraíso sin prisas.

Hace medio siglo todas las casas de Murias eran blancas o de piedra viva, y sus tejados de chábanas, losas gordas de pizarra traídas en carreña desde Diez Chagares, en la falda de la cordillera.

–Una carreña, ¿qué ye, ho?

Murias, el Cudillero de la cordillera Eduado ALONSO

Hoy hay casas de colores. En Murias viven unas sesenta personas todo el año, pero hace medio siglo llegó a tener casi quinientas, siete o nueve guajes en cada una y seis chigres donde se fumaba celtas sin filtro y se jugaba a la garrafina. Entonces estaban abiertos cuatro chamizos de antracita, tan polvorientos que en tres años otorgaban a los mineros el tercer grado de silicosis y una tos perpetua.

Alzar la vista a lo alto produce con frecuencia asombro y el recién llegado se emboba y acaba por decir que Murias es como el Lastres o el Cudillero de la cordillera. Por las mismas, habría que decir que Cudillero es el Murias del Cantábrico. Frente al nido de casas apiñadas, en la umbría, se alza un monte muy alto por cuyo cordal discurría la vía romana de la Carisa y al otro lado –trascombando– quedan Fierros y Campomanes.

Qué ver

La iglesia de Santa María es la mayor del valle. Se levantó en el s. XVIII sobre un muro altísimo: obvio, porque Murias viene del latín murus.

Tiene atrio, dos capillas, trece imágenes, aunque Santa Bárbara está jubilada, un valioso retablo barroco de nogal, sacristía, espadaña con dos campanas que solo tañen a muerto, y coro con armonio donde hace décadas un párroco flaco y triste tocaba en las tardes infinitas de orbayu arias de la Traviata y L’élisir d’amore.

La capilla del Quentu, dedicada a la Virgen de las Nieves, se levantó en el s. XVI bajo la advocación de San Luis. Se cerró en 1936 y la rehabilitaron en 1999 cinco mujeres animosas de la Asociación de la Colegiata, que celebran una fiesta anual con mercau artesano y postre de panchón. La Colegiata remite al brigadier Lorenzo Solís (vide LNE 15-2-2011), un indiano con polainas, pistola y cartabón de arquitecto. A su muerte en Veracruz en 1761 legó 2.000 escudos para una «escuela de primeras letras y latinidad en Murias». Inaugurada en 1782 acogía cada curso diez o doce guajes con un dómine que los preparaba para el ingreso en el Seminario o en la Universidad. La merma de rentas acabó con la institución unas décadas después y las piedras mejor labradas se ven hoy en dinteles y jambas de las puertas de algunas casas.

La tapa en el bar Xurbeo, el vermú del Chigrín y el arroz del “senyoret” en el Corral –que mejora el de El Palmar de Valencia: quien lo probó lo sabe– deberían facturarse con un iva plus, el impuesto sobre el valor añadido de un lugar de montaña cuya historia se hace y se deshace cada día.

Vistas generales de Murias. | E. A. Eduado ALONSO

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