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Montañas mágicas (7)

Por la Senda del Arcediano

Disfrutando de la Naturaleza por una gran obra de infraestructura de origen antiguo, que en el siglo XVII perpetuó con su generosidad Pedro Díaz de Oseja, arcediano de Villaviciosa

La senda, bordeando el valle del Dobra, con la muralla del Cornión enfrente. Al fondo, Ordiales.

La Senda del Arcediano es una de las grandes referencias del senderismo en Asturias y, como tal, resulta de obligado cumplimiento para cualquier montañero que se precie. Ese precepto influyó sin duda en que a principios de agosto de 2015 la acometiéramos un grupo formado por José Manuel Martínez, José Manuel González Antón, José Manuel González Martínez, Jorge Toraño, Alberto Palacio y el arriba firmante.

En propiedad la senda tiene una longitud de 44.719 metros, los que separan el Puerto del Pontón de Cangas de Onís, pero nosotros solo íbamos a hacer los 12.976 que median entre Soto de Sajambre y el collado de Angón, en Amieva, que son considerados como los más interesantes, en tanto que son los que ofrecen mayor dureza y, a la par, belleza mayor. Una obra monumental, a la altura del itinerario, “Por la Senda del Arcediano”, de Guillermo Mañana, publicada en 1990, aporta una información exhaustiva en cantidad y calidad sobre esta zona que administrativamente se reparten Asturias y León, aunque geográfica y culturalmente sea toda ella asturiana. Dicha sea sin pretensiones irredentistas.

José Manuel, llegando a Los Collaos, tras superar el fuerte desnivel inicial, el mayor de la jornada.

Santi, el taxista

Como todas las caminatas lineales, fue preciso preparar una logística, de la que, como auténtico especialista que es, se encargó José Manuel Martínez. Nuestro primer colaborador habría de ser el taxista Santi, con quien quedamos en Santillán. El concejo de Amieva, además de muy guapo, es muy curioso. Hay un pueblo de ese nombre, pero no es la capital del concejo, sino Sames, aunque el edificio del ayuntamiento está en Precendi.

Seguimos al taxi de Santi, negro y grande (de diez plazas), por la endiablada carretera, de curvas cerradísimas, que, partiendo de la nacional –cuando el Estado transfirió las carreteras a la autonomía asturiana se reservó la del Pontón y la de Pajares– sube hacia los puertos de Angón. El último tramo es más estrecho y no está asfaltado sino hormigonado. Así llegamos al Cuetu Angón (812 metros de altitud), un lugar limpio y ordenado que es referencia para varias rutas y en el que hay espacio sobrado para aparcar coches. Allí dejamos los nuestros y, bien equipados, nos pasamos al de Santi, que bajó en seguida, utilizando un atajo, a la carretera del Pontón.

Santi, riosellano y residente en Vis, el único taxista del concejo de Amieva por entonces, tenía como principal ocupación durante buena parte del año llevar a los niños del concejo a los centros de Cangas de Onís donde cursan estudios

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Santi, riosellano y residente en Vis, el único taxista del concejo de Amieva por entonces, tenía como principal ocupación durante buena parte del año llevar a los niños del concejo a los centros de Cangas de Onís donde cursan estudios. Además de experto conductor fue un ameno comunicador sobre la actualidad de la zona por la que pasábamos. En Puente Vidosa, por ejemplo, se juntaban dos grandes novedades: la consolidación del complejo de deporte-aventura con instalaciones espectaculares abierto pocos años antes en ese indicadísimo lugar, y la reciente reapertura de la carretera a San Juan de Beleño por Viego, que, en opinión de Santi, quedó fantástica.

Y ya que hablamos de carreteras, la del Pontón, por la que circulábamos, se inauguró en 1886. Pasamos junto a la gran placa, costeada por Pedro Pidal, que recoge las palabras del francés Pierre Labrouche elogiando a los ingenieros españoles que lograron la proeza de trazar una ruta que parecía imposible.

Hacia Los Collaos

A las 10 y 25 llegamos a Soto de Sajambre. Diez minutos después ya estábamos caminando. El día era espléndido, con cielo azul y gran visibilidad. El primer tramo, que se afronta de inmediato a partir de Soto, sería el más duro de la jornada, por su longitud y pendiente, pero eso no arredró a Jorge Toraño, que marcó desde el principio un fuerte ritmo. El pavimento del camino, modificado no hacía mucho, no tiene nada que ver con el de la senda original. A nuestra espalda quedaba el pico Jario, que enseña su cresta rocosa por encima del hayedo que cubre su ladera. A la derecha teníamos la Sierra de Beza, aunque no veíamos su cumbre.

Dejamos a un lado el camino que nos llevaría a la Canal de Misa, por la que se accede a la Sierra de Beza y al Cantu Cabronero. Hora y cuarto después de haber comenzado a caminar y de salvar un desnivel de 445 metros llegamos a Los Collaos, amplísima campera cuya pradería hacía honor al mes en que nos encontrábamos: estaba agostada.

El grupo se dirigió hacia un hayedo cercano para reponer fuerzas a la sombra de unos grandes ejemplares de la especie. A mi me apeteció ir en dirección contraria para disfrutar de una buena vista del valle de Sajambre

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El grupo se dirigió hacia un hayedo cercano para reponer fuerzas a la sombra de unos grandes ejemplares de la especie. A mi me apeteció ir en dirección contraria para, según recomienda Guillermo Mañana, disfrutar de una buena vista del valle de Sajambre. Hay que subir a una pequeña collada, que identifiqué en el mapa como la de La Mosca, y, desde ella pude contemplar un gran cuenco boscoso rodeado de altas montañas de las que a su vez emergen varios picos afilados. En medio de ese cuenco se alza, inconfundible, la Pica Ten, el gran cono situado al lado mismo de Oseja de Sajambre. A la derecha elevándose, puntiagudos, el Pozalón y el Niajo, que señalan el extremo meridional del desfiladero de Los Beyos, por el que acabábamos de pasar en coche.

Regresé hacia la campera de los Collaos. En la zona de la Collá de La Mosca la agostada pradera estaba cuajada de flores de azafrán. No tardarían, por tanto, en ir por allí los jabalíes, a quienes encantan los bulbos de los que nacen están flores y que buscan hozando el suelo.

En la Portilla del Tarabicu (1.535 m.), límite de Asturias y León. Alberto, José Manuel González, José Manuel Martínez, Jorge Toraño y José Manuel González Antón.

Hacia la portilla

Reanudamos la marcha, dejando a nuestra izquierda y abajo, la majada de Pandamones. Por un camino tallado en la piedra que discurre por un pequeño valle en uve accedimos a otro más amplio, en medio del cual hay una fuente con un amplio pilón delante. Es el Bebedero de la Collada, nombre que alude sin duda a la que tenemos enfrente, que es la de Beza, muy llamativa por su amplitud. Pero ese no es nuestro objetivo sino otra collada menos marcada, que está a nuestra izquierda y que, si nos fijamos bien, veremos que se encuentra coronada por un muro.

Avanzando hacia ella aparece, tras pasar un helechal, un sendero de tierra que nos encamina hacia el muro en cuestión, en el que no tardamos de ver una portilla. Estamos en uno de los puntos claves de la Senda, pues esa portilla marca, con sus 1.535 metros de altitud, el punto más elevado de nuestro recorrido de hoy y de toda la Senda del Arcediano.

La portilla recibe dos nombres. Del lado de Sajambre, Portillera de Beza. Del lado de Amieva, Portilla del Tarabicu. Pero para unos y para otros ese elemental cierre, formado por finos tubos de hierro, estaba ese día atascado y no había quien lo abriera

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La portilla recibe dos nombres. Del lado de Sajambre, Portillera de Beza. Del lado de Amieva, Portilla del Tarabicu. Pero para unos y para otros ese elemental cierre, formado por finos tubos de hierro, estaba ese día atascado y no había quien lo abriera. No quedó más remedio que trepar y destrepar el muro, que marca la divisoria entre Asturias y León. Fácil tarea, pues no era alto. Detrás de nosotros se veían claro, a lo lejos, Ten y Pileñes.

Valdepino, sobre Toneyu

A continuación de la portilla el camino conduce a un promontorio que se gana sin esfuerzo y que ofrece una espléndida vista de la majada de Toneyu, una gran pradería sobre la que se alza la esbelta mole –porque, ella lo demuestra, se pueden ser las dos cosas a la vez– de la Porra de Valdepino, de 1.744 metros de altura. La denominación de “porra” obedece a la forma redondeada de su cima, que por un lado vierte hacia un cortado precipicio y por el otro enlaza con con una panda ancha, rectilínea y muy inclinada.

Bajamos hacia la majada, en la que hay un gran número de vacas pero no vimos ningún pastor. Un cartel indica la dirección que hay que tomar para dirigirse a Angón y Amieva. Incluso indica los tiempos, aunque en este último aspecto no tardaríamos en ver que eran cálculos muy optimistas. Pronto encontraríamos el camino, que nos iba a introducir de inmediato en un ambiente diferente, del que forman parte los nuevos horizontes que se abren a la vista, como la cumbre del Cantu Cabronero, a la derecha, o enfrente, la muralla del Cornión.

Bajando hacia la majada de Toneyu, con la Porra de Valdepino (1744 m.) dominando el paisaje.

Sahugu, la gran majada

Así llegamos a Sahugu, donde encontramos, como en Toneyu, muchos animales pero ningún pastor, en contraste con lo que sabemos que ocurría en tiempos pasados, cuando, como indicativos de su importancia, no solo tenía muchos habitantes en verano sino que mantenía una alberguería para transeúntes, disponía de una campana para orientarlos en días de niebla y contaba con una capilla.

De esa capilla, arruinada hace tiempo, sobrevive, como reconocida, una piedra, encastrada en una cabaña pequeña, pero muy robusta, construida con buenos sillares

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De esa capilla, arruinada hace tiempo, sobrevive, como reconocida, una piedra, encastrada en una cabaña pequeña, pero muy robusta, construida con buenos sillares, quien sabe si alguno de ellos también procedente de la capilla. La piedra identificable lo es no solo por su color oscuro sino también por la forma en que está tallada. Es claramente una imposta, sobre la que se apoyaría probablemente un arco. En el encuadre para fotografiar la cabaña entra el Cantu Cabronero, que se alza al fondo.

Cabaña en la majada de Sahugu, con restos de la antigua capilla. Al fondo, el Canto Cabroneru.

En el valle del Dobra

En “La Senda del Arcediano” Guillermo Mañana dice que si entre la Portilla del Tarabicu y Sahugu el paisaje es de media montaña bordeando la alta montaña y que lo llamativo del camino es el trazado, del tramo comprendido entre Sahugu y el Cuetu Angón opina que se registra “una gran unidad paisajística y una continuidad asombrosa de la calzada, que en grandes tramos presenta una gran perfección de la construcción”.

Lo comprobaríamos de inmediato al continuar nuestro camino, que, cuando la vegetación que nos rodeaba permitía alargar la mirada, veríamos que discurría por una de las paredes de un desfiladero estrecho y profundo, que no es otro que el valle del Dobra antes de desembocar en la amplitud del excelso Valle de Angón, que vigila Pedro Pidal desde su alta tumba, en Ordiales, paraje que, en el sentido en que avanzamos, creemos identificar al fondo.

La otra pared del profundo valle por cuyas alturas nos lleva la senda la forman las verticales estribaciones del Macizo Occidental de los Picos de Europa. Por el fondo de ese valle, aunque bastante por encima del río, cuyas aguas no llegamos a ver, se columbra un camino, que tiene que ser la Senda de la Jocica. Más adelante nos encontraremos con que desde esas honduras sube un tendido eléctrico, que pasará por encima de nuestras cabezas. Sin duda procede de la central del Restañu, que aprovecha el agua que embalsa la presa de La Jocica para producir energía eléctrca. En el sentido opuesto una gran escotadura que se abre en la cercana muralla caliza de la otra orilla permite divisar a lo lejos la Horcada de Santa María, entre las cumbres de Cebolleda y la Torre de la Horcada. Un peñón cercano se interpone y nos impide ver la Peña Santa.

Una infraestructura centenaria

Pero si nos llama la atención, cómo no, el paisaje, también la reclama el suelo que pisamos. Es un camino empedrado, de cuya admirable ejecución no hay mejor prueba que su excepcional permanencia. Estamos avanzando por una infraestructura centenaria. En algunos tramos tiene un ancho de más de dos metros. Una ringlera lateral de piedras de buen tamaño, llamada escalón, permitió asentar una plataforma horizontal y enlosarla o empedrarla luego en capas superpuestas con piedras escogidas al efecto. Ahí continúan siglos después de que las colocaran los artífices de este singular camino.

En los lugares donde el terreno es más complicado la senda se estrecha, pero sin dejar de ofrecer, gracias al escalón, la posibilidad de construir una plataforma en la que hombres y animales –esto es, arrieros y bestias de carga–, pudieran pisar con seguridad en cualquier época. Y no faltan, impecablemente realizadas, las sangraderas, que dan salida al agua de lluvia para que no se acumule en el piso.

La senda mantiene en el tramo próximo al puerto de Angón la excelencia constructiva, con numerosas sangraderas para evacuar el agua.

La fuente Gelmeda

Dejamos por debajo de nosotros la majada de Cueries, que aunque conserva algunas cabañas, parece abandonada, pues los pastos están comidos por la maleza. El camino, que sigue impecable y en ligero descenso, entra ahora en un túnel de vegetación, en el que, junto a espineras, acebos y helechos, aparecen avellanos. Ese es el ambiente que rodea a la Fuente Gelmeda, de agua fría, que bebemos con delectación. Josín el de Mieres aprovecha el pilón para refrescar el vino reserva que ha traído en su siempre bien surtida mochila. Cerca de la fuente encontramos a la sombra de un haya un lugar afayaízu para comer. No falta ni el café caliente, pero buena parte de la comida vuelve a las mochilas, de abundante que era.

Recogido todo y sin dejar huella, proseguimos el camino, que es más estrecho y pendiente. Con el aliciente de echar de vez en cuando una mirada al contiguo murallón del Cornión y de fijarnos en la calidad del trabajo de los constructores de la senda, el trayecto se nos hizo corto. A las cinco y media llegamos al Cuetu Angón, donde nos esperaban nuestros coches. Habían pasado siete horas desde que comenzamos a caminar en Soto de Sajambre.

Un gran benefactor de su pueblo

El camino que hoy conocemos como Senda del Arcediano tiene seguramente un origen muy antiguo pero para que llegara hasta nosotros fue decisivo que recibiera el impulso que le dio un gran personaje, Pedro Díaz de Oseja y Fernández, nacido en Oseja de Sajambre a finales del siglo XVI. Su biografía en la Gran Enciclopedia Asturiana, escrita por José Ramón Tolivar Faes, le describe como un niño que en su primera infancia debió de afrontar toda clase de adversidades, desde la pobreza a la orfandad y el abandono.

Pero encontró a algún personaje protector, que lo envió a Italia como paje o criado. Allí germinó su talento. Se hizo sacerdote y, como tal, regresó a Oseja en 1613. Y en 1622 fue nombrado arcediano de Villaviciosa, lo que implicaba acceder a una importante posición social y económica. La utilizó muy pronto en beneficio de su pueblo, con atención especial a los jóvenes desfavorecidos. Y al morir dejó mandas en su testamento para acondicionar, reparar y mantener el camino que unía su comarca natal con Asturias y el puerto del Pontón.

Los canteros de la época, con herramientas precarias, realizaron una obra admirable, construyendo un camino que caminantes y arrieros pudieran utilizar durante todo el año. En el siglo XVIII el comienzo de la extracción de almagre en Labra (Cangas de Onís) se tradujo en que las recuas se especializaran en la conducción de ese óxido de hierro que sirve para fabricar una pintura rojiza que evita la corrosión del hierro.

El mineral de Labra era tratado en Sajambre y convertido en pintura, que luego se transportaba a Castilla en carros, que volvían cargados de vino y cereales. Esa práctica se hizo tradicional y se mantuvo hasta época reciente y originó la expresión “ir a Campos”, actividad a la que hoy rinde homenaje un sencillo monumento en Soto de Sajambre, el hermoso pueblo que se ha convertido en una referencia para los montañeros, que parten de él para hacer las sendas del Arcediano o de La Jocica o acercarse al refugio de Vegabaño, la base ideal para enfrentarse a la imponente cara Sur de la Peña Santa

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