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El falso mito de los leones asesinos

Con el estreno de "La bestia" regresa un cliché cultural cimentado en un episodio real ocurrido en Tsavo, Kenia, a finales del siglo XIX y amplificado por la literatura y el cine

Idris Elba.

Con el aterrizaje en las salas españolas de "La bestia", película de Baltasar Kormákur, regresa también un cliché cultural humano sobre leones asesinos cimentado en un episodio real ocurrido en Tsavo, Kenia, a finales del siglo XIX y amplificado por la literatura y el cine. Pero lo cierto es que, en circunstancias normales, a los felinos no les interesamos como comida.

Aunque el verdadero susto sea la cuenta del chiringuito o, en un despiste, la sustracción del bolso y las chancletas, siempre advierto de que, antes de unas vacaciones en la playa, absténgase de visionar la película Tiburón (Steven Spielberg, 1975). Metidos en el agua, seguro que nos persigue la banda sonora de John Williams hasta que el roce con una bolsa de plástico desate el pánico: ¿es la piel del feroz escualo?

La literatura y, sobre todo, el cine, no han sido la mejor campaña de relaciones públicas para el denostado gremio de los tiburones. En vez de proteger a estos peces tan necesarios para el equilibrio de mares y océanos, continuamos cazándolos: matar al malo. Lo mismo podemos decir de otra cinta que también causó estragos en la psique del espectador. Me refiero a Los demonios de la noche (Stephen Hopkins, 1996). Aquí, el colosal tiburón blanco es sustituido por una pareja hambrienta de leones que cazan a sus presas humanas sin compasión.

En definitiva, si tienen pensado un safari fotográfico y acampar en la sabana africana, es aconsejable que aprendan a separar la realidad de la ficción pues, de lo contrario, no dormirán tranquilos. Este primate lleva más de 25 años conviviendo con leones salvajes en África y puede afirmar que no son animales asesinos. Entonces, ¿por qué, a diferencia de la fantasía sobre la que versa Tiburón, la trama de Los demonios de la noche está basada en un suceso histórico?

En marzo de 1898, un ingeniero del Ejército inglés, el coronel John Henry Patterson, fue destinado a Tsavo, en Kenia, para dirigir las obras del ferrocarril que comunicaría Mombasa con el lago Victoria. A falta de mano de obra especializada, la mayor parte de los trabajadores procedían de la India. Precisamente, nada más llegar, Patterson recibió informes acerca de varios indios atacados y devorados por felinos. Una pareja de leones machos habían sembrado el terror en el campamento; burlaban los cercados y sustraían humanos incluso cuando dormían bajo techo. Los trabajos del ferrocarril se paralizaron y el coronel puso todo su empeño en eliminar a unos seres que muchos ya veían como demonios nocturnos.

Colocó trampas, cebos vivos y puestos de observación, pero los depredadores, día tras día, conseguían escabullirse; hasta que los abatió en diciembre del mismo año. El testimonio de lo acaecido en Kenia fue publicado por el propio coronel Patterson (Los devoradores de hombres de Tsavo; Edhasa). El libro está plagado de presuntas exageraciones y, según el autor, habrían perecido más de un centenar de trabajadores. Ahora bien, vistas las duras condiciones laborables y sanitarias, seguro que la mayoría de las bajas indias y africanas fueron responsabilidad de los gestores europeos del ferrocarril, más que de una pareja de felinos. Por ejemplo, análisis isotópicos han permitido estudiar la dieta de ambos especímenes y se ha calculado que solo habrían consumido un máximo de 35 humanos. Aun así, es innegable que son muchas víctimas. Pero, insisto, los leones no son asesinos de mujeres y hombres salvo en situaciones excepcionales. ¿Qué ocurrió entonces en Tsavo, episodio sobre el que se ha edificado el falso mito de los leones asesinos?

A finales del siglo XIX, y a causa de las sequías, se originó una epidemia de peste bovina que diezmó grandes manadas de herbívoros salvajes. Esto coincidió con la llegada de 3.000 obreros del ferrocarril; accidentes y enfermedades acabaron con un número considerable de ellos, y el poco cuidado que se les dio a sus cuerpos pudo facilitar que los leones accedieran a la carne humana: no son carroñeros, pero el hambre dicta las reglas. Poco a poco, perdieron el miedo al Homo sapiens y se atrevieron a atacar los campamentos de noche.

Además, del estudio anatómico de los leones de Tsavo se deduce que, como mínimo, uno de ellos padecía una enfermedad dental en los colmillos. La dentición es básica para la caza e ingesta de grandes animales, y un depredador con un problema bucal, para no perecer, es normal que centre su atención en criaturas más débiles. De hecho, durante la ocupación colonial de África, se habló mucho sobre otros devoradores de hombres. Leones viejos solitarios, enfermos y faltos de velocidad que atrapaban a niños y a personas mayores, o a adultos desprevenidos. Cazadores blancos, como John A. Hunter, abatieron a algunos de esos felinos por encargo del Gobierno británico en Kenia. Y el guardabosques George G. Rushby rastreó a una familia de leones en la localidad tanzana de Njombe; según sus cálculos, entre 1932 y 1947, habrían causado la muerte de más de un millar de indígenas. Otra vez, la sequía y una epidemia de peste bovina eran las causas.

Desde la Prehistoria, los leones han aprendido que los humanos éramos el equivalente a problemas. A falta de velocidad, fuerza, garras o largos colmillos, usamos herramientas y desarrollamos complejas estrategias de cooperación social para enfrentarnos a los peligros de la sabana. Consecuentemente, tras innumerables encuentros entre homininos y leones, en los cuales los felinos pudieron salir malparados, la experiencia acumulada –la tradición cultural– del rey león dictamina que es más fácil y productivo cazar a una cebra que a esos primates bípedos recién llegados a su territorio.

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