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Mágicas Montañas | Y 9 |

Cuetu Tejáu, cumbre múltiple

El pico que domina Sotres y en cuya falda se estrelló un helicóptero de salvamento en 1982, exige esfuerzo, sin peligro, para ascender y lo compensa con vistas espléndidas

Oscar, cerca de la cima del Cuetu Tejáu. Al fondo, otros componentes del grupo, ya en la cumbre.

El Cuetu Tejáu es un pico engañoso, pero en el mejor sentido de la palabra, pues da mucho más de lo que parece ofrecer cuando se lo ve de lejos. Se diría que a su cima le falta una identidad que le haga reconocible y atrayente, salvo que se la contemple desde Sotres y su entorno. Pero es toda una gran montaña, ya sea por estatura (2.129 metros) como por situación, estupenda tanto para mirar hacia los propios Picos, de cuyo Macizo Oriental forma parte como a su entorno, a lo que, por si fuera poco, ayudan las tres espaciosas terrazas que despliega su cima. Todo ello lo pudimos comprobar aquel día de finales de agosto de 2008 –por cierto, espléndido en visibilidad y hasta en temperatura– los componentes del grupo encabezado por Oscar Arias en el que nos integrábamos Patricia Lorenzo, su sobrina Lola Tartiere, Antonio Fernández de Retana, José Luis Martínez, Pepito Plaza, Antonio Mochales y yo. Para Lola Tartiere se trataba de su primera excursión de alta montaña y se movió con la soltura de una veterana.

Antonio Fernández de Retana, en la cima, con Sotres mil metros abajo.

Claro y duro.

El itinerario para llegar a la cumbre del Cuetu Tejáu es claro y duro, ya sea por la visibilidad como por el desnivel. No plantea dificultades que no puedan superase con simple esfuerzo. Se llega en coche hasta el Jito de Escarandi, por encima de las invernales sotrinas de La Caballar y se toma la pista que conduce a Ándara para abandonarla a los pocos minutos hacia la derecha, al llegar a la majadina de Fuentesoles desde donde por una ladera herbosa hay que seguir la traza de un camino cada vez más pendiente, que conduce a la collada de Fuentesoles, que, a modo de compensación, ofrece la primera gran panorámica del día.

El Cuetu Tejáu, desde el lugar donde se recuerda a las víctimas de la tragedia de 1982; de izquierda a derecha, José Luis Martínez, Antonio Fernández de Retana, Patricia Lorenzo y Lola Tartiere.

Luego la pendiente se suaviza algo, pero el camino no deja de ganar altura, como se comprueba si se vuelve de vez en cuando la espalda, pues el campo de visión hacia el Norte no hace sino ampliarse.

La muerte en helicóptero.

Tras una falsa llanada vuelve la pendiente. Frente a nosotros se encuentra ya el Cuetu Tejáu. Pero lo que atrae de pronto nuestra mirada son dos cruces situadas al borde el camino, junto a las que hay otras tantas placas, en las que se pueden leer cuatro nombres: Bernardo Pérez Navas, Antonio Hidalgo García, Pedro Garrido Zapata y Heather Patterson. Los tres primeros, guardias civiles. La última, espeleóloga. Los cuatro, víctimas de un accidente mortal, al estrellarse contra la ladera el helicóptero en el que viajaban. Los Picos de Europa han sido escenario de varias operaciones de rescate que terminaron en tragedia. Esta fue una de ellas.

Ocurrió el 30 de agosto de 1982. He recuperado una crónica de José Manuel Vaquero para resumir la trágica historia que comenzó con la grave caída que sufrió una espeleóloga inglesa de 18 años, Heather Patterson, cuando exploraba una cavidad cerca de Peña Castil. Ya se sabe que los Picos son tan altos hacia arriba como hacia abajo y que por ese motivo atraen tanto a montañeros como a espeleólogos.

A la joven inglesa acudió a rescatarla un helicóptero del GREIM de la Guardia Civil con tres tripulantes. Dos de ellos eran capitanes y sus edades, 36 y 28 años. En el momento de subir a bordo a la joven herida una ráfaga de viento barrió el interior del helicóptero, que tenía las puertas abiertas, y se llevó las órdenes de vuelo y los mapas. Había niebla y estaba lloviendo cuando el aparato despegó. Era un Bolkow, alemán, de tamaño reducido y gran maniobrabilidad, idóneo para trabajar en zonas de montaña. La intención de la tripulación era dirigirse a Santander, pero se desorientaron. Se dieron cuenta de que llevaban un rumbo equivocado cuando estaban en la vertical de Peña Santa. Retrocedieron y fue entonces cuando se produjo la tragedia. Sin duda resultó determinante la nula visibilidad, pues la amplia ladera contra la que chocó el helicóptero es más bien tendida y sin obstáculos.

Las cuatro personas que viajaban en la aeronave debieron de morir en el acto. El helicóptero se desintegró y treinta años después de la tragedia todavía era posible encontrar pequeños fragmentos del fuselaje en la zona del choque. Nosotros vimos varios.

Tres terrazas y muchísima vista.

Proseguimos la marcha. El pico ya estaba cerca. Su cima, con un crestón de roca muy fragmentada y perfil redondeado, que termina de forma abrupta, se alza sobre una panda herbosa. Cerca de ella desaparece el camino, pero no la ruta, señalizada con jitos, que no faltan desde Fuentesoles. Para llegar a la cumbre no hace falta trepar. Solo, tener cuidado con las aristas que ha dejado la peña al romperse.

Desde la cercanía la cima del Cueto Tejáu –¿no sería inicialmente "Tayau", por la forma en que termina?– parece pequeña. Pero al llegar a ella se ve que no lo es tanto, pues se prolonga, unos veinte metros hacia Oeste, a otra plataforma situada algo más abajo. Y aún por debajo de ésta, y accesible por un fácil destrepe, hay una amplia terraza que es todo un balcón sobre el valle del río Duje y la fachada oriental del Macizo Central, que despliega al otro lado del río su vertical e imponente muralla, solo rota por dos rutas que confluyen cerca de las Vegas de Sotres: un ramal del Valle de las Moñetas (el que conduce al lago del mismo nombre) y la riega que, con fortísima inclinación, sube hacia la Horcada de Camburero, base de la ascensión a Peña Castil.

El precioso día invitaba a gozar de lo muchísimo que ofrece esta cumbre múltiple. Si se mira hacia el Sureste se ven las praderías de Áliva y el Chalet Real, que construyó la Real Compañía de Minas para que viniera a cazar Alfonso XIII. Desde ahí la vista se encarama al Central por Peña Olvidada para ascender en seguida a Peña Vieja. Girando la vista hacia la derecha, o sea, el Norte, van apareciendo los Picos de Santa Ana, Los Tiros Navarro, la Morra Negra, el Cuchallón de Villasobrada, la Collada Bonita, medio oculta por la Aguja de los Martínez, la Torre de las Colladetas y Peña Castil, impresionante, por encima de cuya pala asoma un fragmento del Picu Urriellu.

A la derecha de Peña Castil se ve por una escotadura la cumbre de la Torre de la Párdida. A continuación, el Neverón de Urriellu y la Horcada Arenera, a cuya derecha están las Torres Areneras y los Albos, con la larga arista que precede al Neverón bien visible. Luego viene el salto al Macizo Occidental por encima de la entalladura del Cares, sobre la que se alza la gran mole chata del Cabezo Llerosu. La identidad del Cuetón es reconocible, pero menos notoria. La mayoría de las grandes cumbres del Cornión quedan ocultas por la altísima pantalla del Central.

La vista sobrevuela la Peña de Maín y la Sierra de Portudera para encontrar al fondo, al Norte, la Sierra del Cuera en toda su integridad, a la que el día de nuestra visita le tocaba embalsar como es habitual las nubes que el Nordeste empujaba desde la cercana costa. Más allá, el mar ponía el horizonte.

En la continuación de la panorámica circular aparecía luego el Macizo Oriental, en el que desde aquí arriba se detectaban fácilmente las huellas de las explotaciones mineras que abundaron en él a finales del siglo XIX y principios del XX; sobre todo, pistas y escombreras.

En cuanto a las cumbres, se reconocían de inmediato la pareja del Salvador y el Sagrado Corazón, separados, o unidos, por la collada de San Carlos. Más cerca está la Rasa de la Inagotable. Aparece luego la Pica del Jierro y, en un plano más próximo, el Valdominguero, doscientos metros más alto que el Cueto Tejáu. Y desde la cima occidental de este se puede admirar una estampa magnífica del Pico Contés, no Cortés.

Pero no solo se ven cumbres desde allá arriba. Lo que se contempla hacia abajo no tiene menos interés. Pandébano y su acceso no tienen un lado malo. La vista de Sotres, a los pies del pico y a mil metros de profundidad con respecto a él, es espléndida. Más lejos, aparece el caserío de Tresviso. Y por debajo de la crestería que domina Peña Crimenda se ven algunas casas de Tielve.

Regreso con Ana María.

Permanecimos 50 minutos en la cima. El descenso se nos hizo largo. Lo alivió la contemplación los amplios pastizales que rodean Sotres, bien cuidados en su mayor parte. Ya en el pueblo, comimos en Casa la Gallega. Allí estaba la dueña, Ana María Moradiellos, dispuesta a amenizarnos la comida –una enorme tortilla de patata y, después, cabrito– con sus historias locales, contadas con el verbo florido y la dicción personalísima de una gran comunicadora. Patricia y Lola, que la escuchaban por primera vez, estaban fascinadas. No es para menos.

Con las fotos de Schulze es más fácil creer en el cambio climático

Arriba, el Macizo Central, con abundante nieve, en el ensamblaje de dos fotos sacadas en julio de 1907 por Gustav Schulze desde la Tabla de Lechugales. A la izquierda, foto desde el Cuetu Tejáu en agosto de 2008, ciento un años más tarde, en la que no se ve ni rastro de nieve.

Entre las muchas fotos que saqué desde el Cuetu Tejáu en la ascensión que dio origen al relato incluído en estas página hubo algunas del Macizo Central de los Picos. Al verlas más tarde me di cuenta de que podrían servir para hacer comparaciones muy llamativas con las que Gustav Schulze había hecho un siglo antes, en 1907, desde un lugar próximo, la Tabla de Lechugales. En las fotos de Schulze, tomadas un 31 de julio, esa zona de los Picos se ve muy nevada. En las mías, a finales de agosto de 2008, no hay ni un gramo de nieve ¿Significa eso que es verdad que se está produciendo un calentamiento del clima? Como poco, habrá que aceptarlo como hipótesis. Pero seguro que una respuesta afirmativa está mucho más cerca de la realidad que de ser el delirio alarmista que dicen algunos.

Esas y otras fotos de Schulze sobre los Picos eran de dominio público solo desde dos años antes, pues fue en 2006 cuando se publicó el libro «Gustav Schulze en los Picos de Europa (1906-1908)». Hasta entonces no habían salido del ámbito estrictamente familiar del autor. El admirable empeño de la geóloga y montañera Elisa Villa Otero, profesora titular de Paleontología de la Universidad de Oviedo, en completar la labor que habían emprendido los catedráticos Jaime Truyols Santonja y Enrique Martínez García, así como la colaboración de la familia del biografiado (Peter Schulze Christalle tradujo las más de dos mil páginas que había llenado su abuelo en 27 cuadernos a lo largo de su vida) permitieron rescatar en toda su amplitud la figura de quien hasta entonces solo era conocido como el autor de la segunda escalada al Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes, realizada en solitario el 1 de octubre de 1906. Esa hazaña deportiva, con ser extraordinaria, no podía oscurecer los méritos muy grandes que Gustav Schulze había acumulado en otros aspectos de su actividad, sobre todo como geólogo. Nacido en México, hijo de padres alemanes, Schulze había estudiado la carrera de Geología en Alemania y a los 24 años ya tenía el grado de doctor, tras haber realizado una tesis sobre los Alpes Bávaros. Como deseaba ser profesor universitario, tuvo que afrontar la exigencia de hacer un nueva trabajo de investigación –una especie de segunda tesis– sobre un tema más bien inédito. Y, no se sabe bien por qué, eligió los Picos de Europa, para lo que obtuvo una importante subvención universitaria. Ese fue el motivo para que durante los veranos de 1906, 1907 y 1908 viajara a España y desarrollara un intenso trabajo de campo en los Picos de Europa, que recorrió de abajo a arriba, superando todo tipo de dificultades. Como además de geólogo era alpinista, y muy cualificado, hizo compatible su preferente actividad investigadora con la realización de varias ascensiones, algunas de ellas del máximo nivel para la época. La del Picu, abriendo una vía algo diferente de la de Pidal y el Cainejo, de la que había tenido noticia, pero cuyos detalles no conocía, y añadiendo la novedad del descenso en rappel por la cara Sur, sería la más notoria, pero otras como las del Tiro Tirso, el Llambrión, Peña Santa de Enol o Torrecerredo fueron auténticos hitos para la época.

 La I Guerra Mundial supuso un obstáculo insalvable para los planes universitarios de Schulze, que llegó a estar prisionero de los franceses y tardó seis años en poder regresar a Alemania, donde, ya casado, la mala situación económica le indujo a volver a México. Muchos años más tarde depositó en la universidad alemana de Tübingen sus cuadernos de campo, a los que había seguido añadiendo anotaciones y dibujos. Cuando, traducidos por su nieto Peter, esos trabajos pudieron ser consultados por profesores de la Universidad de Oviedo, se pudo comprobar sin duda que Schulze había sido un magnífico investigador, que en algunos aspectos, como el descubrimiento de cabalgamientos en la caliza de los Picos, supo adelantarse en cincuenta años a las teorías de su tiempo, tal como expusieron en 1987 los catedráticos Martínez García y Truyols en el simposio «Científicos alemanes en Asturias». En la definitiva recuperación de la figura de Schulze como destacado geólogo contribuirían después muchas personas que culminarían con la publicación en 2006 del libro espléndidamente coordinado por Elisa Villa y editado por Cajastur. De la reivindicación de su importancia científica, deportiva y humana pudo disfrutar su familia, algunos de cuyos miembros, entre ellos su única hija superviviente, Marianne, de 93 años, pudieron venir a Asturias a comprobar la calidez de la huella que Gustav había dejado en lugares como Bulnes, donde encontró hospitalidad, y de los que legó imágenes sobre sus modos de vida, testimonios impagables, como lo son las descripciones y los comentarios recogidos en los cuadernos.

Las dos fotos que ilustran este comentario ya aparecieron juntas con anterioridad en LA NUEVA ESPAÑA. Lo hicieron ilustrando un trabajo de Luis Mario Arce que abría el suplemento de «La Nueva Quintana» el 3 de marzo de 2009. El trabajo se titulaba «Los últimos glaciares de los Picos» y el subtítulo decía que «los avances formados por el avance glaciar ocurrido en el siglo XVI y mediados del siglo XIX desaparecerán por completo en 2025 si persiste la tendencia climática actual». El paso del tiempo no ha hecho sino aumentar la vigencia del artículo.

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