Un interesante (y necesario) debate se ha suscitado en los últimos años: ¿realmente es útil plantar árboles de forma masiva como método para aumentar la captura del CO2 que amenaza nuestro planeta y frenar así el cambio climático? La pregunta puede parecer un poco ingenua, porque los grandes bosques y selvas son ‘secuestradores’ naturales de ese dióxido de carbono y, en teoría, cuantos más árboles, más cantidad de ese gas se capturará y se neutralizará. Pero no todo es tan sencillo. La conclusión que se extrae de las opiniones expresadas por los expertos puede resumirse en que, efectivamente, es beneficioso plantar árboles, pero siempre y cuando se planten los ejemplares correctos en el lugar correcto y para un objetivo correcto.

Las iniciativas para reforestar el planeta proliferan a lo largo y ancho del globo. Gobiernos, entidades privadas y públicas, ONG o colectivos vecinales de los cinco continentes, desde India hasta África o América, se han lanzado en pos de una fiebre reforestadora que deja en el suelo millones de semillas en un solo día. En España mismo, una entidad como es ARBA (Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono) ha sembrado desde 1997 nada menos que 20 millones de árboles en la Península ibérica, a través sobre todo de ‘bellotadas’ y plantaciones familiares, usando un esmerado proceso de selección y cuidado de las semillas hasta que éstas empiezan a convertirse en un pequeño árbol. Usan especies autóctonas y procedimientos adecuados para luego sembrar allí donde estos árboles son necesarios y, además, prosperarán, causando un beneficio al ecosistema y a la propia comunidad humana.

Pero no en todos los casos el proceso sigue unos criterios como los empleados por esta entidad. Abundan en el planeta los casos en que se siembran millones de semillas sin reparar en las cualidades del suelo, la gestión futura de esa plantación y sin comprobar si esa especie de árbol es adecuada para ese ecosistema.

No todo sirve

El furor reforestador, inaugurado hace ya casi una década, se vio respaldado tras un artículo en la revista Science de 2019 en el que se señalaba que la solución más solvente contra el calentamiento global pasaba por aumentar en un tercio las tierras forestales del planeta, lo que permitiría capturar dos tercios de las emisiones de carbono producidas desde la revolución industrial. Pero, poco después, otro informe suscrito por 46 científicos igualmente reputados advirtió de que plantar árboles en sitios donde antes no los había o no son aptos para ello puede ser incluso contraproducente, al dañar los ecosistemas y favorecer los incendios forestales, los cuales aumentarían el calentamiento global. Una cosa es crear bosques reales y otra es fabricar meras plantaciones de árboles, aseguran.

Además, ver las siembras masivas como la varita mágica contra el cambio climático no hace sino distraer del verdadero objetivo: suprimir esas emisiones cuanto antes, acabar con los combustibles fósiles y parar la deforestación.

Por tanto ¿qué hacer? ¿Hay que plantar o no? Dos expertos en gestión forestal del Center for International Forestry Research (Cifor), una agencia de investigación de los bosques del mundo con sede en Indonesia, ayudan a aclarar un poco las cosas. Dos de sus investigadores, Robert Nasi y Jean François Bastin, afirman: «La evidencia científica es muy clara: cultivar los árboles correctos en los lugares correctos es una de las acciones más rentables para aumentar los sumidores de carbono, mejorar el ciclo del agua, proteger el suelo y mantener la biodiversidad».

«Los programas de cultivo de árboles son también fundamentales para aumentar la provisión sostenible de madera, como base de una nueva bioeconomía circular que apoye la creación de empleo en zonas rurales y reduzca las emisiones derivadas del carbono», añaden Nasi y Bastin. «Plantar árboles no debe verse como la solución simple y única que algunos promueven, pero no olvidemos que es una acción estratégica necesaria».

Lo que no debe hacerse, alertan otros expertos de Cifor como Daniella Silva, es pensar que más vale plantar cualquier árbol en cualquier sitio que no hacer nada. «Existen nichos ecológicos, como los pastizales, que no deben ser reeemplazados por árboles». «Además, una diversidad de árboles autóctonos tiene más posibilidades de restaurar y sostener la biodiversidad que los monocultivos o las plantaciones con pocas especies», explica.

Ejemplos de errores son reforestaciones de Grevillea robusta en África oriental, una especie procedente de Australia que en suelo africano crece la mitad de rápido que en su lugar de origen. Asimismo, en Chile se gastó mucho dinero en un programa del Gobierno entre 1974 y 2012 que fracasó porque los propietarios de las plantaciones actuaron de forma especulativa y, aunque la superficie arbolada creció, la biodiversidad se redujo y el almacenamiento de carbono no aumentó.

Durante el reciente foro digital ‘¿Puede la plantación de árboles salvar nuestro planeta?’, organizado por el Centro Mundial de Agroforestería (Icraf), Global Landscapes Forum (FLF) y el propio Cifor, se señalaron los errores más frecuentes en este tipo de actuaciones. En primer lugar, ha de haber un objetivo: «El propósito puede estar vinculado a productos (frutas, forrajes, madera…) o servicios como sombra, control de erosión o secuestro de carbono», señaló Ramni Jamnadass, de Icraf, quien también aconsejó «tener en cuenta el conocimiento local» para no cometer errores por desconocimiento de la realidad doméstica.

«Plantar monocultivos, introducir especies invasoras e ignorar el uso del agua y el equilibrio ecológico del suelo son tres de los errores más comunes en la plantación de árboles», indicó en este foro Harrie Lovenstein, científica de una empresa de reforestación con sede en Ámsterdam. Otros errores consisten en no preparar el suelo o no adaptar la iniciativa a las realidades biofísicas y culturales del lugar específico. «En última instancia, la restauración se lleva a cabo a nivel local y debe tener en cuenta la dinámica social y económica de cada comunidad», agregó Susan Chomba, de Icraf.

Sembrar con drones

La tecnología, por supuesto, ha irrumpido en los grandes proyectos de reforestación. Hay drones adaptados para esta finalidad que pueden plantar hasta 400.000 semillas por día, frente a unos pocos cientos mediante procedimientos manuales. Estos drones, además, pueden acceder a lugares donde las personas lo tienen más complicado. Y, asimismo, hay empresas como Land Life Company que rastrean miles de árboles ya plantados a través de ubicaciones GPS y con drones y satélites. Así se supervisa la evolución de estos nuevos bosques.

Ahora bien, ingenieros forestales y ecólogos recuerdan que en algunos casos, en lugar de plantar árboles, la regeneración natural de los bosques puede ser una solución: «Es una estrategia de bajo coste, que no precisa de viveros o una gran fuerza de trabajo, pero es importante evaluar cuándo y dónde es posible», según Joice Ferreira, de la Corporación Brasileña de Investigación Agrícola de Brasil. Ferreira ha investigado este fenómeno en las masas forestales de su país y explicó que los bosques secundarios han recuperado el 80% de sus niveles de carbono y biodiversidad de bosques primarios en tan solo cuatro años.

Sin embargo, esto ha sido posible gracias, en parte, a las condiciones naturales del terreno, a sus temperaturas y precipitaciones óptimas, y al hecho de que el cambio en el uso de la tierra allí es relativamente reciente y no siempre es intensivo.

En todo caso, parece haber unanimidad en la comunidad científica en un hecho indiscutible: la reforestación no puede sustituir la reducción de emisiones, que forzosamente ha de ser el gran objetivo para recuperar el equilibrio perdido en la dinámica natural del planeta.

Si se confía solo en la plantación de árboles se corre el riesgo de pensar que con esa acción puede arreglarse el problema climático. Por ello, es preciso desterrar la simplificación cada vez más arraigada de que «si necesitas compensar tus emisiones, planta un árbol». No es, ni mucho menos, una pérdida de tiempo ni un ejercicio estéril, pero se necesitan unas mínimas garantías de viabilidad en esa tarea. De hecho, basta aplicar el sentido común y no actuar a ciegas.

 

 

Un navegador para plantar cuando buscas en internet

Ecosia planta árboles cada vez que el usuario realiza una búsqueda y, además, respeta la privacidad de la navegación.

En diciembre de 2009 un joven alemán llamado Christian Koll creó un motor de búsqueda en internet llamado Ecosia. Su particularidad consiste en que cualquier usuario que lo use para hacer búsquedas en internet está ayudando a reforestar el planeta. Un marcador en la propia portada del buscador va informando del número de árboles plantados hasta el momento (siempre en sitios apropiados y con criterios ambientales). Al acabar el año 2020 Ecosia había plantado ya 116 millones de árboles.

Ecosia, que respeta la privacidad del usuario al no recopilar sus datos, planta árboles en todo el mundo gracias a los ingresos por anuncios que muestra. Tan solo en 2020, este buscador ha generado en publicidad el dinero suficiente para plantar más de 7 millones de árboles.

La compañía hace públicos sus informes de ingresos para mostrar exactamente en que se gastan todo el dinero que recogen a través de la publicidad. Se trata de una alternativa ecológica y que asegura la privacidad frente a las grandes corporaciones mundiales de sospechosos comportamientos.