Es muy fácil imaginar los rincones secretos de la ruta de La Focea, en Yernes y Tameza, tal y como lo explica el azabachero Eliseo Nicolás Alonso. Habla de las huellas de una mina romana de cobre; del manantial de Los Fontanones (cuyas aguas, cuenta la tradición, contribuían a sanar pertinaces catarros); de las vistas que hay desde Foncuaya o del descubrimiento, desde el camino, del precioso bosque de la Peña Blanca; apenas un aperitivo anímico para los viajeros amantes de rutas poco transitadas, fáciles y llenas de sorpresas.

Tras 25 años trabajando el azabache este hombre, a «Lise» no le gusta en modo alguno que le consideren un maestro. «Para que alguien sea un maestro de algo hay que ser un genio y tener unas características humanas que ¡ya quisiera yo! No soy maestro de nada. Si al final analizas el oficio, te das cuenta de las lagunas y carencias que tienes», señala. Y, sin embargo, curiosamente, vive en una casa que antaño fue escuela y, en su juventud, estudió Magisterio.

Guiños aparte de la vida, Eliseo Nicolás Alonso confiesa, con indiscutible pasión, que «lo que sí es cierto es que me sigue gustando mucho, mucho, el azabache». Y, sin embargo, ahora se encuentra enfrascado en un gran trabajo en madera (antes que azabachero fue artesano de la madera, en la que se inició con 16 años) para el futuro centro de interpretación del paisaje de Ponga, en Beleño.

Desde su casa en Reconco (Grado), donde han anidado una pareja de golondrinas que eluden, mientras hablamos, nuestra presencia, recomienda a los viajeros realizar la ruta de La Focea, que se inicia muy cerca del pueblo de Yernes.

La subida tiene, al principio, una pendiente fuerte que, en poco tiempo, llanea. Surge, entonces, el reguero de La Trapa, entre dos peñas, y el rastro de una mina romana de cobre. Una nueva subida, tras pasar unas cabañas, conduce al manantial Los Fontanones, cuya agua tiene fama de contribuir a curar catarros. Se continúa subiendo y, tras un giro a la derecha, se encuentran las instalaciones del Aula Vital, un escenario educativo de energías renovables donde se puede afirmar que los visitantes «escuchan» a la Naturaleza. Luego se sigue hasta la laguna de Foncuaya para recrearse en un paisaje donde surge de frente, y por ejemplo, la cima de La Loral, de 1.247 metros. Desde aquí hay quienes optan por desviarse hasta Cuallagar, gran cueva donde «mosca el ganado» durante los meses de verano, o bien iniciar la bajada de nuevo hacia Yernes, en cuyo trayecto se descubre, por ejemplo el impactante bosque de la Peña Blanca. Con la desviación a Cuallagar, la duración de la ruta es de unas cuatro horas y media, aproximadamente. Todo un viaje de impagable belleza por uno de los concejos más desconocidos del Principado.