La novedad es que no hay nada nuevo con respecto a la famosa Guía Michelin, que a este paso va a dejar de ser famosa, al menos en este país. En Francia su peculiar sentido de la comunicación ya tuvo que recular hace años debido a la competencia de Gault Millau y, también, su arrogante influjo con motivo de la devolución de estrellas por parte de algunos de los grandes cocineros. La cicatería seguramente acabará pasándole algún tipo de factura en España.

Si el año pasado, los que le dan importancia a este tipo de condecoraciones aplaudían la tercera estrella de los Roca, lo único que se ha podido celebrar esta vez es la segunda del imaginativo cocinero malagueño Dani García. Por lo demás, habrá que contentarse con seguir manteniendo las siete máximas distinciones y, por lo que atañe a Asturias, no haber perdido ninguna por el camino. Enhorabuena, en cualquier caso, a Nacho Manzano por perseverar en el segundo escalafón del estrellato. Con Michelin España resulta más fácil estrellarse que mantener la estrella, como demuestra la docena de caídas frente a las tres nuevas incursiones en la división de plata.

Pero no hay que preocuparse excesivamente por esta fiebre anual. Lo importante es dar de comer bien y, en cualquier caso, tener la consideración de otras guías nacionales que no son peores ni menos honradas que la superestar francesa. Y, además, desarrollan un mejor trabajo informativo y comunicativo. Aquí acabará ocurriendo, con mayores motivos, lo de Francia, donde cada vez son más los cocineros que renuncian a figurar en la guía roja sometidos a sus caprichosos criterios y a la olla, a veces incomestible, en que se cuecen sus decisiones.