Ni langosta termidor, ni caviar beluga ni la trufa blanca de Alba. Para muchos, el plato más rico del mundo es un buen par de huevos fritos con chorizo, patatas y, si puede ser, un poquitín de jamón. Si además se acompaña con una pinta de vino, un pan tierno (con mucha miga, para mojar) y buena compañía para compartir este placer culinario, el día será para enmarcar y, sin duda, para repetir. Por eso, y porque esta felicidad a veces nos rehúye y hay que andar buscándola por las esquinas, bueno es saber que en el bar Peñamayor, en el precioso pueblo de Piloñeta (Nava), Mari Cruz Alonso Priede borda este manjar porque lo hace como se lo enseñó su madre, Lucinda Priede; con cuidado, con amor, con maestría y con muchas ganas de satisfacer a la clientela. Por todo esto, probablemente, el bar Peñamayor es conocido tanto por la cordialidad y el buen oficio de la guisandera como por estar en una aldea muy guapa, llena de colorido, pura asturianía en todas su esquinas y punto de partida o llegada de rutas singulares que cruzan el concejo.

María Cruz Alonso se empapó desde muy pequeña de las lecciones de su madre y recuerda incluso que «cuando tenía unos cuatro o cinco años me daba por jugar a servir unas pintas y cobrar por ellas. En aquella época el bar tenía tienda y la gente compraba igual un cuarto de café que una botella de sidra, que entonces costaba seis pesetas», recuerda. Es chigrera vocacional y cocinera que disfruta tanto elaborando los platos tradicionales asturianos como también del contacto con unos clientes que, en ocasiones, quieren conocerla para felicitarla. Cuenta, además, con un apoyo muy importante: Keira, una camarera encantadora que habla bable brasileño, sirve sidra y atiende con mimo e ingenio los requerimientos de los comensales.

Al bar Peñamayor hay varias formas de llegar, pero tal vez la más sencilla sea entrar en Nava y, justo a la mitad, seguir por una desviación a la derecha que indica «Priandi». Una vez en esta carretera, hay que ir con cuidado, para encontrar, a la izquierda, una farmacia junto a la cual sale una carretera con un indicador que reza «Hotel Fuensanta». Se sigue esa dirección y en poco tiempo surge, a la derecha de nuevo, el indicador «Piloñeta, 2 kilómetros». Basta con continuar todo recto para llegar. Importantísimo: no desviarse ni a un lado ni a otro en ese último tramo.

El premio se sirve en el coqueto y amable comedor del bar Peñamayor, decorado con numerosas piezas de madera elaboradas por Juan Fernández, el marido de María Cruz, entre las que destaca su reproducción a escala de un «llagar de sobigañu». Con unas 35 plazas entre el interior y la terraza, resulta imprescindible reservar para no quedarse sin probar algunos de sus platos, como el cabrito, los callos, los tortos, el potaje, la fabada o su «cachopo Peñamayor», además, por supuesto, del «plato más rico del mundo». Con la llegada del buen tiempo también tiene ensaladas. Entre los postres, todos caseros, están la tarta de nuez, la tarta de la abuela y los fritos de leche.

Todo hecho con honradez y con profesionalidad, como dice Lucinda Priede mientras su hija, desde hace años continuadora de lo mejor de la tradición culinaria, la observa con admiración y con cariño. «Por cierto, yo soy de Ponga; del pueblo de Cazu son mis raíces, les mando un beso ¿puedo?», pregunta Lucinda.

Puede y debe. Enviado está.