El encanto de adentrarse en tierras vaqueiras reside, además de en poder conocer, in situ, la historia y la cultura vaqueira, en viajar por pueblos de interior que se asoman al mar desde sus altas brañas. Belleza en ellas y espectacular la vista de la costa, del horizonte, del cielo mezclado con la mar desde semejante atalaya. El valle, sembrado de pequeños pueblos con sus casas de tejados plateados y algunas preciosas edificaciones que recuerda la presencia indiana, es intensamente verde. No faltan los manzanos, castaños y robles, ni los maizales, ni las flores adornando las casas al borde de las carreteras, sobre todo hortensias, grandes margaritas y geranios de múltiples colores.

A este lugar pertenece el pueblo de San Martín de Luiña, una de cuyas joyas es su iglesia, declarada Bien de Interés Cultural por la Consejería de Cultura en 1999 y que tiene entre sus rincones más visitados uno ante el que el viajero se detiene en cuanto huele -al servirlo a los comensales que están en su terraza- el pote de berzas. Se trata del bar El Rosal que, a la entrada de San Martín y en una de sus esquinas, tiene una tradición hostelera que se remonta a 80 años atrás. Por aquel entonces se hicieron cargo del local los padres de Marisé Riesgo Arias, experta en pucheros y en «comida de casa», como ella misma dice, y que tras los 31 últimos años al frente de los fogones, ha pasado la batuta de la dirección y de la cocina a su hijo Sergio Arrojo Riesgo y a su novia, Nani Fernández, quien a la hora de cocinar no pierde ripio de los sabios consejos de una mujer que ha convertido el pote asturiano, en El Rosal, en el rey de su carta.

Como dice Sergio Arrojo, «aquí, el pote, se come mucho, sea la época que sea. Viene gente todo el año y, cuando lo prueban, vuelven a repetir». Por su parte Marisé Riesgo, que aunque ya no ejerce de guisandera titular en el bar sigue viendo el espectáculo culinario desde la barrera y echando un capote, de vez en cuando, a su nuera, matiza que el pote de El Rosal, además de estar hecho con cariño, lleva todo casero; el compango, las patatas y la verdura, que son de San Martín, y hasta les fabines de manteca».

Ahora bien, no sólo es el pote asturiano el único plato tradicional que disfrutan los que van a comer a este entrañable bar de pueblo, también hay y principalmente, fabada asturiana, jabalí con patatas, carne asada, picadillo con patatas, caza en temporada, ensaladas mixtas y, los domingos, también paella mixta. Si quedan ganas de un buen postre, que siempre hay que dejar un huequín, en El Rosal se puede elegir entre unos frixuelos, arroz con leche casero, tarta de queso y nates de La Fontona (con azúcar o miel), postre al que tira muchas flores la propia Marisé, una mujer entrañable y buena conversadora, que aún retirada no puede evitar darse alguna vuelta, de vez en cuando, por la cocina donde su nuera, sabía aprendiz y también enamorada de la gastronomía asturiana, cocina el pote de Marisé como sólo se puede hacer en El Rosal, un bar con capacidad para 60 personas y distribuidas en un comedor y una pequeñina y coqueta terraza acristalada.