Villaviciosa es un concejo lleno de sorpresas. Se mire por donde se mire, y se camine por donde se camine, salen al paso playas singulares por su belleza o por su historia, pues algunas cuentan entre sus joyas algunas huellas de dinosaurios; iglesias románicas y prerrománicas, grandes pomaradas donde la Naturaleza gesta a la madre de la sidra, o inclusive un molino de mareas asomado a la ría que en bajamar deja las barcas recostadas y la arena marcada por los pasos de gaviotas y correlimos.

Entre algunos de sus pueblos asomados a la mar, que es como la llaman los marineros, en femenino, se encuentra uno donde, hasta el fallecimiento de Tomás Noval, el último azabachero de Asturias, se extraía el azabache de mejor calidad del mundo. Es Oles. Un pueblo llano y precioso, con caminos y senderos que se cruzan, entre praderías y casas mariñanas, en dirección al océano y hacia unos acantilados donde sólo los más expertos han visto huellas de dinosaurios. Allí se encuentra, bien señalado, uno de los bares con más solera de este concejo: La Llosa, regentado precisamente por una de las hijas de Tomas Noval, Teresa Noval Tuya, quien, desde hace veinte años, vive y labora en la misma casa. «Tras casarme y ser madre de tres hijos pensé en un trabajo que me permitiera vivir y trabajar en el mismo sitio; así fue como nació La Llosa», explica esta guisandera asturiana que, a medida que habla de los platos tradicionales de Asturias, se incrementa su pasión por cuanto elabora en su cocina. Y es que Teresa Noval es una de esas mujeres que cocinan lento, con amor, con cuidado, con mimo, como si cada día fuera el primero. Y además cuenta, atendiendo a los clientes y el comedor, con una trabajadora de lujo; su hija Teresi García Noval, un buen ejemplo de profesionalidad y de simpatía.

Entre algunos de sus famosos platos está la sopa de llámpares, además de la de hígado; buenos son su callos, sin olvidar sus espárragos o repollos rellenos, estos últimos de carne guisada, junto con sus pimientos rellenos de pescado o de carne, además de las cebollas también rica y sabiamente rellenas.

En cuanto el pescado, no tiene secretos para esta mujer que recalca, con una firme sonrisa, que «aquí, cuando se pide un pescado, se pone entero. No sólo una parte». Éste varía según el día pero no suelen faltar una buena lubina asada con patatas y sofrito de ajo; el pixín, el sargo o la chopa, entre otras «joyas» de la mar cantábrica. También preparan, por encargo, paella de bugre y pitu de caleya. En este último caso, a la vieja usanza, es decir, «que de primero se sirve una sopa de menudillos, de segundo un arroz con las piezas intermedias y finalmente se sirven la pechuga, las zancas y los muslos, guisados y con patatinas», especifica la hija.

Los amantes de los postres deben saber que Teresa los hace todos: desde el helado de mantecado o de frambuesa al arroz con leche «con requemao», la tarta de turrón, la tarta de natillas con bizcocho o el tiramisú «al estilo de Teresa». En La Llosa, con capacidad para unas cuarenta personas, abren los viernes, sábados, domingos y festivos.