Hay cruces de caminos legendarios recogidos en películas o convertidos en los protagonistas de alguna canción. Siempre pensamos que en ellos tiene que suceder, alguna vez, algo curioso, distinto, diferente, quizá porque son muchos los que pasan en dirección a uno y otro lados del mundo o, en el caso que nos ocupa, quienes, desde Cabranes o Villaviciosa, optan por recorrer la AS-332 para dirigirse tanto a Infiesto como al concejo de Colunga, o a la inversa. Y es que allí en lo más alto de la carretera se encuentra el pueblín de Anayo y, asomado a la vía, un bar donde, una vez que se entra, y salvo para extasiarse con el paisaje, lo que apetece es tomar un vermutín o una botellina de sidra y comer lo que ese día haya preparado Zulema Torre Camblor, Zule para todo el mundo.

Ella, siendo muy joven, se hizo cargo ya del local que sus padres habían adquirido. "En principio era un barín antiguo, un bar tienda. A los 21 años me casé y Juan y yo hicimos, hace quince años, una reforma. Éste es un lugar con mucho paso y viene gente de muchos sitios, tenemos clientes de años", dice. Y no es extraño pues ambos hacen posible que este bar sea un lugar acogedor tanto por el buen humor y la profesionalidad de Juan como por la calidez y la simpatía de esta mujer, que probablemente ha heredado de su padre, Luis Torre -cuyo retrato se puede ver en el comedor sentado a una mesa sobre la que descansa una rosa roja-, fallecido hace tres años. "Era el alma del pueblo, de este bar; donde él estaba siempre había alegría", recuerda su hija.

En La Bolera de Anayo la carta se canta, explica Zule. Eso sí, algunos de sus platos son habituales y además esta joven y -aun así- ya veterana cocinera, de vez en cuando sorprende a sus comensales con alguna creación propia, como sus champiñones rellenos de bacalao. Además de contar con un menú semanal a buen precio, también se puede comer aquí, entre otras elaboraciones, una sopina de marisco o de menudos; tablas de embutidos, ensalada templada con champiñón y jamón; pitu con patatinos, picadillo, cabrito y, por encargo, también preparan pitu de caleya o una paella de marisco. Pescado no tienen pero, del mismo modo, si se solicita, se prepara. Otros platos que no faltan en este local son, por ejemplo, el entrecot de ternera y los taquinos de solomillo de cerdo con pimientos.

En cuanto a los postres, son todos caseros pues a Zule Torre también le gusta la repostería. Así, y entre sus elaboraciones más demandadas, están la tarta de turrón, la tarta de chocolate con nata y nueces y el flan de queso aunque, como le gusta sorprender, igual el día que vayan se encuentran con otros tantos diferentes.

La Bolera cuenta con 18 plazas en la zona del chigre y otras 20 en su comedor acristalado, desde donde, con buen tiempo, la vista se pierde buscando la sierra del Sueve, el Torrecerredo, Peña Santa de Castilla, el Pierzu o la collada Moandi. Eso sí, cuando llega la comida, a donde se van los ojos es al plato.

Cierra los lunes, tras las comidas, y el martes, el día completo.