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Comidas y bebidas

Farfollas, salmonetes y un rosado con aire provenzal

Farfollas, salmonetes y un rosado con aire provenzal

La pregunta de si los programas de televisión ayudan a la gastronomía planeó el martes sobre los invitados al I Clinic Minicocina celebrado en LA NUEVA ESPAÑA. Obviamente hay una televisión divulgativa de la cocina que ayuda a entender y otra basada en el entrenamiento y en las audiencias que contribuye a degradarla, como es el caso de los "reality shows". La primera suele estar en "Canal Cocina" donde abundan las emisiones temáticas sobre preparaciones de platos, etcétera, y ciertos documentales de interés. La segunda agrupa a MasterChef, la pesadilla de Chicote y demás engendros.

Ahora bien, la pregunta debería plantearse de otra manera. Para empezar el término gastronomía debería ser ajeno a todo esto. El cocinero no siempre es un gastrónomo, del mismo modo que un gastrónomo no tiene por qué ser cocinero. No sólo en lo que atañe a la televisión, el llamado boom de la cocina -a veces también boom gastronómico- es una bendición para el negocio y una ruina, por lo general, para el conocimiento de la gastronomía. El circo, la obsesión por los restaurantes, los cocineros mediáticos y la banalidad en las redes sociales son aliados de esta confusión.

Los niños acuden a los programas de televisión con la ilusión puesta en ser chefs, del mismo modo que aspiran a ser futbolistas de élite. La idea que tienen, por lo general, de un cocinero es la que muchos de los chefs encarnan y representan en los reality y hasta en las revistas del corazón. La cocina es otra cosa, y lo saben los profesionales serios y concienzudos que se dedican a ella. El problema está en que esos niños desconocen los fundamentos de la alimentación y de los productos alimentarios, no saben por regla general comer porque en las casas cada vez se cocina menos. Les llama la atención un aire de zanahoria o un ceviche y no conocen, en cambio, lo que es una alubia o un escabeche por poner dos ejemplos, ni qué propiedades tienen o cómo se cocinan.

Si se quisiera tomar en serio la alimentación y el buen gusto por la comida, los alimentos y la cocina deberían existir como asignaturas en la educación general básica, no sólo como propuestas fáciles de entretenimiento en las televisiones que tienen como único objetivo, y no tiene por qué parecer mal, conseguir grandes audiencias por medio de exhibiciones competitivas y estúpidas del talento culinario. Es cierto también, como apuntó, Niall Walsh fotógrafo y socio en la publicación digital "Cocina Futuro", que existe la posibilidad de elegir a la hora de encender la televisión y escoger el tipo de programa que a uno le gusta. El I Clinic Gastronómico Minicocina enfocado a las tapas quiso esta vez extenderse a otras vertientes que repercuten en el llamado "boom gastronómico" que en realidad tienen menos que ver con la gastronomía en sí que con los innumerables intereses espurios alrededor de la cocina.

La cocina de Javier Loya. La cocina de Javier Loya crece, en Mestura, su restaurante de la calle Jovellanos, de Oviedo. Prueba de ello son algunos de sus clásicos, por poner ejemplos el tartar de calamar con ensalada de ruibarbo, tirabeques y caldo con infusión de estragón; el huevo roner con guiso de setas, aire de queso y trufa de invierno, y los lomos de salmonete limpios con jugo de sidra, ajo asado y manzana. Loya es un cocinero elegante que sabe conjugar perfectamente las armonías en sus platos, sin estridencias y con un concepto notable del guiso. Sabe lo que es conseguir una estrella Michelin, lo logró en el Balneario, de Salinas, y si existe justicia francesa no debería tardar en volver a conseguirla en Mestura. En cualquier caso pronto surgirá la pregunta que muchos ya se hacen con respecto a otros, como sucede con Casa Fermín, un eterno aspirante a figurar entre los estrellados, ¿por qué unos sí y otros no?

Larrosa de Izadi. Larrosa, de Izadi, consiguió en 2016 el gran diamante del Concurso Vino y Mujer como vino femenino, y sale cada año por San Valentín. Se trata de promoción, claro está, porque aun con ese nombre y ese color, lo que contiene la botella debería figurar por encima de ciertos arquetipos. Y lo que hay en la botella de rosado de Izadi es un vino fresco, agradable y muy bebible, para hombres y mujeres, con toques florales, aromas de frambuesa y aires provenzales. No hay vinos femeninos y vinos masculinos. Su precio es seis euros.

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