Que en 1997 la Unesco declarase el paisaje de Hallstatt (Austria) Patrimonio de la Humanidad fue la puntilla para que este pueblo -al que hasta el siglo XIX sólo se llegaba en barco o por caminos en muy mal estado- se convirtiera en destino imprescindible y fijo del turismo en Centroeuropa. Ya lo era, porque su belleza de postal, en la que reúne todo el imaginario de un pueblo de los Alpes austriacos -con su lago, sus montañas, sus casitas de madera adornadas de flores en verano y cubiertas de nieve en invierno-, nunca ha pasado desapercibida.
Pero la declaración de la Unesco, de la que se celebra ahora la redonda cifra de 20 años, impulsó mucho más el turismo, aunque aún así es posible disfrutar de un Hallstatt genuino y tranquilo cuando al caer la tarde, y más bien temprano, se van los autobuses cargados de guiris, muchos asiáticos (en China han hecho una réplica del lugar). Entonces se quedan los visitantes que han optado por saborear sorbo a sorbo la riqueza del lugar y para ello emplean al menos un par de días.
Hay buenos y bonitos alojamientos, elegantes y tradicionales, muy acogedores y para nada caros, más bien con precios razonables y ajustados a su oferta.
De todos, el Grüner Baum se lleva la palma por su historia, su rica comida y su inmejorable ubicación a orillas del lago, con una terraza y un embarcadero ideales para comer, cenar o darse un baño en las aguas (más bien frías) del lago Hallstätter.
Desde la coqueta plaza principal están a tiro de piedra las dos iglesias (católica y protestante), el impactante osario (1.200 cráneos adornados) y las minas de sal. Si se olvida la cámara de fotos, no pasa nada, hay a montones. Hallstatt acaba de ser declarado el pueblo más retratado del mundo: el rey de Instagram.
