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Viajes

Capuchino y strudel con vistas a las Tres Cimas

Italianos y austriacos explotan sabia y correctamente la joya de los Dolomitas, unas montañas accesibles para todo tipo de públicos

Capuchino y strudel con vistas a las Tres Cimas

Deodat de Dolomieu descubrió en 1791 la composición de la dolomía que, desde entonces, lleva su nombre y ésta a su vez lo da a las que son probablemente las montañas más famosas de Europa, los Dolomitas, en el norte de Italia. Aquí conviven sin ningún problema los avezados y expertos montañeros con los que no lo son tanto, y con aquellos que lejos de mirar a las alturas en busca de las impresionantes cumbres que se alzan como por arte de magia espigadas al cielo buscan empaparse de historia a través de las numerosas huellas que la I Guerra Mundial dejó por estos lares.

La UNESCO declaró este conjunto montañoso Patrimonio de la Humanidad hace casi 20 años. Es por tanto patrimonio de todos y eso lo han aplicado al pie de la letra en las regiones de Trentino-Alto Adigio y Véneto que lo comparten. Allí han dado con la fórmula para que nadie que quiera alcanzar alguna de sus cumbres (muchas superan los 3.000 de altura) o simplemente pasear entre ellas se quede sin hacerlo. Una fórmula que funciona a tenor de la citada convivencia ejemplar entre alpinistas expertos, montañeros de travesía o curiosos turistas (sí, turistas) de un día que sienten atracción por los tesoros de la Naturaleza.

Así las cosas, los Dolomitas están al alcance de toda la Humanidad (haciendo honor al título de la UNESCO) y gozan del cuidado y mimo de todos, porque en pocos sitios tan al alcance de las masas se percibe tanto respeto por el medio ambiente. Los alpinistas inician sus aventuras bien temprano, a las tres o cuatro de la madrugada, los visitantes ocasionales un poco más tarde, hacia las ocho. Pero todos confluyen en alguno de los muchos albergues que ofrecen alojamiento, comidas y bebidas con un servicio tan estupendo y perfecto como inimaginable a más de 2.000 metros de altitud.

Se podría hablar de magia para explicar cómo después de una buena caminata por los confines de los Alpes es posible reposar en la terraza del refugio Locatelli (2.438 metros) y tomarse un capuchino y un strudel o, por qué no, un estimulante y típico Aperol Spritz mientras se contemplan las Tres Cimas de Lavaredo (Tre Cime en italiano, Drei Zimmen en alemán; en la región ambos idiomas son oficiales), icono sin lugar a dudas de los Dolomitas.

La visita a estos tres picos, que en aspecto bien recuerdan a otro que nada tiene que envidiarles, el asturiano Urriellu, es un clásico. Pero si en el caso de la montaña asturiana uno tiene que ir a buscar agua a la fuente al llegar, en el de las italianas es posible elegir entre una con o sin gas, con rodajita de limón y hielo. El strudel y el capuchino pueden cambiarse por una suculenta salchicha o un buen plato de carne con chucrut si se recala en el refugio a la hora del almuerzo, o en una refrescante cerveza o un zumo si la comida la lleva uno en la mochila.

Un pecado quizás para los más puristas de la montaña, pero también un privilegio para poner al alcance de todos una joya de la Naturaleza correctamente explotada. Los caminos, las vías ferratas, los enganches, las señales y paneles informativos y los albergues lucen impecables, revisados y acondicionados cada año. Quizás por la seguridad que da saber que al final del camino habrá un cerveza bien fría esperando es por lo que muchos prescinden de ir cargados con latas y botellas, y quizás por eso también es más fácil encontrarse un envase tirado camino del Urriellu que mientras se avanza hacia el Monte Paterno.

Claro está, el capuchino y el strudel (o una tarta sacher, que la influencia austriaca es imborrable) hay que pagarlos, y sus precios son algo más elevados. Pero también pasa en una terraza de París o Venecia, y sin tan espectaculares vistas.

Hacerse el codiciado "selfie" con las Tres Cimas es fácil. Hasta prácticamente a sus pies llega una carretera que parte del lago Misurina y con peaje, el primer filtro: 20 euros por día y coche; 10 por moto. Al final se encuentra un aparcamiento con cientos de plazas, regulado por controladores, junto al mítico refugio Auronzo, base de operaciones. Con cena (abundante y variada, con tres primeros y segundos platos a elegir, más postres) y desayuno (contundente) incluidos, dormir en una habitación doble son 60 euros por persona, algo menos una de seis plazas. Desde aquí parte la ruta a las Tres Cimas, bien señalizada y adaptada a todos los gustos: para los que sólo buscan la foto (la inmensa mayoría, que a eso de las 12 de la mañana han desaparecido de la zona); para los que buscan la foto y algo más, como perderse entre las míticas montañas y recorrer los escenarios de la feroz y larga batalla que libraron austriacos e italianos hace un siglo; y para los que quieren saludar al sol del mediodía encaramados en alguna de las cumbres o atravesando una de las muchas vías ferratas abiertas en la roca por los soldados.

A eso de las 5 de la tarde poco queda de los cientos de coches y miles de personas que a primera hora alteraron sólo un poco la paz de la montaña, implacable con su ley, su silencio y su estricto horario. A las 7 sirven la cena en los refugios, y a las 10 el sueño se impone. Cae la noche en los Dolomitas, que como ningún otro tesoro mundial enarbola su título de Patrimonio de la Humanidad. De todos.

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