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Comidas y bebidas

Horarios, malos hábitos y largos desayunos

Horarios, malos hábitos y largos desayunos

El desayuno es una cuestión de hábito más de que de horario, por mucho que lo uno y otro puedan relacionarse y aunque haya españoles que, contagiados por el virus turístico, se engolfen fuera y dentro con los hipercalóricos menús anglosajones de los hoteles.

Comer alubias cocidas en salsa de tomate ( baked beans) o champiñones fritos a las ocho, las nueve o las diez de la mañana no entrará nunca a formar parte de mis opciones vitales. No lo considero. Ni siquiera, desayunar copiosamente, aun sabiendo que una buena primera comida evita el decaimiento, el mal humor, la falta de concentración, el bajo rendimiento físico e intelectual debido supuestamente a la falta de glucosa. La primera comida en mi caso, mal hecho, siempre se produce algo más tarde de lo saludablemente correcto. Normalmente, a la hora en que debería estar preparándome para la segunda. No puedo presumir de hábitos saludables, y bien que lo lamento.

En España se come y cena tarde. Mayormente, todo sucede algo después que en el resto de Europa. Pero no ocurre exclusivamente por imitar el desfase horario impuesto en los países entonces germanofilos ni por la luz, sino por un extraño hábito adquirido que nos lleva a estar más tiempo en danza y despiertos que el resto de los mortales. Más horas haciendo de todo y, a veces, no haciendo nada.

Las costumbres culinarias no consisten sólo en sentarse tarde en la mesa, donde los españoles nos entretenemos más que otros europeos del norte, sino en habernos creído que somos diferentes, y en la ausencia de esa primera comida que en otros lugares se llama con mayor propiedad que aquí desayuno. Lo hemos tomado ya como una costumbre y no le damos demasiada importancia, pero entre los que hemos sufrido alguna vez en la vida los rigores de la cocina inglesa hubo un tiempo en se llegó a acuñar el dicho de que para comer bien en Inglaterra lo único que se puede hacer es desayunar cuatro veces al día.

Lo de Inglaterra, por obligación más que por devoción, fue un brunch. Del mismo modo que en Alemania uno puede desayunar con la suficiente abundancia y la calma que después le obligará a tomar una sopa o una ensalada en el almuerzo y unas lonchas de embutido y algo de queso en la cena. Los desayunos duran de la mañana a la noche en el paraíso de las salchichas. La flexibilidad de horarios ha hecho que de unos años para acá el brunch se haya impuesto en los países en los que el desayuno se considera auténticamente la primera comida del día.

No es el caso de España, donde hasta no hace todavía demasiado el desayuno se solventaba fácilmente con un café y un churro. O donde se desayuna con un pincho a media mañana para matar el primer aviso del hambre antes de pasar a la mesa y comer sobre las tres, o incluso más tarde. Por ello se extendió el popular dicho, "el que de buena casa es o no come o come a las tres". No hay nada nuevo en todo esto de los desayunos largos. Conservo una reproducción de la revista satírica británica "Punch", de 1896, en la que se proclamaba aquello de que para ser moderno había que pasarse al brunch, to be fashionable nowadays, we must brunch.

El brunch, que tuvo su momento de gloria como todas la novedades y ha empezado a declinar, salvo en los reductos de las capitales donde se ha asentado, es el resultado de la contracción de las palabras inglesas breakfast y lunch: en definitiva, un tentempié entre el desayuno y el almuerzo que viene a sustituir a estas dos comidas en las horas lentas del ocio, los domingos o los fines de semana, cuando el tiempo se administra de manera distinta y, como es natural, mucho más perezosa.

Coma lo que quiera y a la hora que le apetezca. Cualquier cosa, siempre y cuando sea buena. Los dietistas acostumbran a decir que comer varias veces al día, cinco al menos y en dosis razonables, es lo ideal. El brunch empezó siendo una imposición de ciertos hoteles los domingos y acabó convirtiéndose en el recurso de muchos urbanitas castigados por la violencia de las noches de copas. Desayune a las dos o las tres de la tarde unas tortitas americanas, tómese un Bloody Mary o un steak tartar o unos huevos Benedict antes del mediodía, si eso es lo que le pide el cuerpo.

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