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Viajes

Italia, de puerto en puerto

La navegación por el Tirreno, entre Nápoles y Liguria, acerca al viajero a la esencia mediterránea y a algunos de los parajes más bellos de Europa

Italia, de puerto en puerto

Recorrer en barco la costa del Tirreno, saliendo de Nápoles y llegando hasta Cinque Terre, permite saborear, en pocas jornadas de navegación, la esencia de Italia. Se empieza por la chispa napolitana, con sus barrios populares y su trafico caótico y se acaba con el ambiente marinero y relajado de los pueblecitos de la Liguria. En el camino, en cada escala, se van redescubriéndose los tópicos con los que Italia se identifica en el mundo: la buena comida, el arte, la historia, la alegría de vivir. Son las referencias de siempre, en gran parte cinematográficas, algo manidas pero que el viajero espera confirmar durante su visita.

La aventura italiana requiere apenas una noche de travesía por mar. Desde España, compartiendo las mismas aguas, basta salir de Barcelona a media tarde, en alguna de las muchas líneas de cruceros turísticos que navegan por el Mediterráneo, para abrir los ojos frente al puerto de Nápoles, a primera hora de la mañana siguiente y zambullirse en Italia de cabeza, contemplado el amanecer con la silueta de la ciudad recortándose frente al Vesubio.

En Nápoles son corrientes las referencias urbanas a su pasado español, que se extendió durante varios siglos. Eso contribuye a hacerla más amigable para los visitantes de este país. La calle más comercial lleva el nombre de Toledo y el ambiente más popular es el del barrio español, con sus puestos de venta de pescado y de fruta en las aceras, sus grafitis y los tendales repletos de ropa al sol. Los guías turísticos advierten del peligro de adentrarse en él pero la parte más allegada al centro es perfectamente visitable y segura.

De palacio en palacio; con una galería comercial, la de Umberto I, que es todo un espectáculo arquitectónico; paseando por la plaza del Plebiscito, en la que se miran el Palacio Real, la basílica de San Francisco de Padua, el palacio Salerno y el de la Prefectura; o visitando la Catedral, en la que se venera la milagrosa sangre de San Genaro, que se licúa una vez al año, se pasa el día sin sentir. Y hay que dejar hueco para probar la pizza Margarita, digna de la reina que le dio nombre, y saborear el helado de leche de búfala.

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