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Una carretera escénica recorre una costa mágica

Piazza Pisanelli, en Tricase.

Desde Lecce, a solo unos minutos en coche se halla la mágica atmósfera de la marina, donde a partir de mayo ya se puede tomar el sol y nadar. En San Cataldo, Porto Adriano -ahí llegó el emperador- hay que adentrarse para que el agua cubra por encima de los tobillos, pero si se persevera no cuesta permanecer en ella durante una hora y acto seguido irse a beber un spritz al bar del molo.

Conduciendo por una carretera escénica que recorre la costa, se pasa desde los acantilados que dominan el Adriático hasta las playas de arena fina del lado jónico, como las que se encuentran entre Pescoluse y Torre San Giovanni. Para luego llegar a las dunas entre Lido Pizzo y Punta della Suina cerca de Gallipoli. Para visitar las hermosas bahías y cuevas de Salento, lo ideal es aventurarse con un barco y un marinero que conozca bien los lugares. Hay quienes eligen las tres etapas entre Porto Selvaggio, en la Isla de Sant'Andrea y en Lido Pizzo, con un bote y un marinero disponibles todos los días. En Gallipoli merece la pena visitar el casco antiguo, con la catedral-galería de Sant'Agata, las iglesias de las cofradías, los edificios de la fortaleza, las murallas y los callejones sinuosos con vistas al mar. Desde allí se inició el comercio del aceite con los principales puertos de la Antigüedad. Su famoso gambero viola sólo es superado por nuestra gamba roja de Denia.

Cerca de Marina di Pescoluse, una aldea de Salve, que se conoce también por el nombre de Le Maldive, es uno de los mejores establecimientos de baños de la zona. La playa, muy extensa, tiene un agua tan clara que recuerda al archipiélago del Océano Índico, del cual toma su nombre. A pocos kilómetros, entre los olivares, de Ugento a Lido San Giovanni, se encuentran emboscadas acogedoras masserías convertidas en hoteles, refugio para los amantes de la tranquilidad.

Otranto, el punto más oriental de Italia, alumbraba una fama de tranquila que en la actualidad sólo le está reservada en el invierno. Cruzar sus angostas calles entre turistas llega a ser agobiante en las horas punta del verano. El famoso castillo aragonés, que inspiró a Horace Walpole para escribir la primera de las novelas góticas, resulta ser un oasis de placidez en el ajetreado tránsito local. Callejear por la antigua ciudad de los mártires es un auténtico martirio. Pero nadie debería marcharse del Salento sin perder su tiempo en descifrar los símbolos de los bellos mosaicos de su catedral. Como tampoco hay que dejar escapar la oportunidad de pasar un mediodía o una tarde en la placentera y monumental Nardò, justo enfrente en la otra orilla, y refrescarse con una granita en la preciosa Piazza Salandra, lugar de encuentro de la laboriosa villa salentina. El duomo, el castillo, la Fontana del Toro y el Sedile son lugares que justifican la visita.

En Santa Maria de Leuca, el enclave más al sur, se unen las aguas del Adriático con las del Jónico, divididas por unos escollos. Es una joya que se extiende junto al mar, flanqueada por villas modernistas, circundadas por jardines y un aspecto inconfundible de Riviera. Profusión de rosas rojas y blancas. En dirección norte, el santuario, Tricase y acto seguido Santa Cesarea Terme. Al norte, Brindisi es la puerta de salida con su complejo portuario y el elegante paseo marítimo del Viale Regina Margherita.

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