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Gibraltar, ventana al abismo

Playas, urbanizaciones y bufetes conviven en el Peñón con calles y casas de arquitectura georgiana y comercios que cierran a la hora del té

Gibraltar, ventana al abismo

Jamás le diga a un llanito que es inglés. "Nosotros somos británicos y seguiremos siéndolo". Lo dice un comerciante de Main Street, calle principal de Gibraltar, el corazón de la City, repleta de oficinas de empresas internacionales y despachos de abogados que aprovechan las ventajas fiscales de la Roca. Los turistas "colonizan" a diario este bastión británico en la cara norte del Estrecho, plantado en la bahía de Algeciras, que en la antigüedad fue una de las columnas de Hércules, y encara un futuro cuando menos diferente, ya que el 31 de octubre el Reino Unido abandona la Unión Europea.

El asunto tampoco les quita el sueño. Las fotos del ministro principal, Fabián Picardo, cuelgan en los locales junto a las de Isabel II. A diario miles de personas cruzan la frontera desde La Línea, a pie o en coche. La mayoría va a trabajar, a comprar y a repostar combustible, más barato que en España. Pero hay algo más que tiendas y pubes en la Roca, a la que le vendrían genial más plazas de parking para visitantes y algún rótulo en español. Merecen la pena las cuevas Gorham, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el castillo árabe, los túneles de la Segunda Guerra Mundial o el tranquilo Jardín Botánico de la Alameda. Los monos, únicos en libertad de Europa, son otra visita obligada en su reserva natural.

Pero lo mejor de Gibraltar, Yibraltar para los lugareños, es experimentar la hospitalidad británica con temperatura gaditana en hoteles como el O'Callaghan Eliott, de cuatro estrellas, o el espectacular Sunborn Gibraltar, el primer hotel de cinco estrellas ubicado en un superyate. Su silueta acristalada es una de las primeras cosas que se ven al entrar desde La Línea. Eso y el aeropuerto, el segundo más peligroso de Europa, ubicado justo en el istmo que une el territorio británico con España, donde reinan los aviones de British Airways y donde un aterrizaje consigue interrumpir el tráfico. No problem, la parada puede aprovecharse para visitar la cercana oficina de cambio de moneda y hacerse con unas libras. Aunque si usted quiere pagar con dólares no tendrá problema. Al euro no lo miran con la misma simpatía. Para que nadie olvide dónde está, la ciudad y sus alrededores están llenos de guiños al imperio de su Graciosa Majestad, empezando por las típicas cabinas rojas de teléfonos y siguiendo por los nombres de las calles y por los horarios comerciales. Aquí la hora del té se respeta.

Aunque los "chollos" ya no abundan como hace unos años, aún se lleva el regateo, sobre todo en joyas y relojes, aunque todo de forma comedida, porque ya se sabe que ellos son así.

Después de un día ajetreado de paseos y visitas, el final ideal es una cena en el restaurante italiano del Caleta Hotel, en la playa de la Caleta, o en el Bristo Point, con espectaculares vistas al Estrecho, siempre que no sople el viento. El Rendezvous Chargrill es perfecto para ir de tapas, eso sí, unas tapas muy británicas.

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