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Cine&Series

Rebelión en las aulas

Hadley Robinson y Nico Hiraga.

Ya llovió desde que Riot Grrrl, el movimiento feminista estadounidense nacido en los primeros años de la década de los 90, le cantó las 40 a la falocracia del rock. Muchas losas han cambiado pero el acoso y el abuso contra muchas mujeres aún gozan de maldita buena salud. Rebuscando en el desván de la nostalgia combativa y aderezándolo con el conocido proceso iniciático de los adolescentes que tanto gusta en Netflix, Amy Poehler maneja con desiguales resultados las púas rebeldes contra las fieras machistas y las punzadas de sentimientos en peligro de colisión como el primer amor o los vaivenes de la amistad, sin olvidar algún zarandeo a las instituciones dóciles: una directora del colegio que mira hacia otro lado sin rubor (¡hay que proteger el capitán!), o un profe que va de enrollado pero se limita a dar apoyos cosméticos.

La protagonista es Vivian, una estudiante (convincente Hadley Robinson) que se inspira en los recuerdos Riot Grrrl de su madre (la propia Poehler) para plantar cara a los desmanes de esos chavalotes tan musculosos y deportistas (que no deportivos) que vacilan a todo el mundo y que no vacilan en acosar a una nueva alumna que tiene dos graves defectos para sus escuálidas mentes: el color de la piel y que no se parece en nada a las chicas de catálogo a las que etiquetan según sus atributos físicos. La heroína (cómo llega a serlo es el meollo del asunto) se saca de la manga un fanzine feminista anónimo con el que tirar la piedra y esconder la mano. Una curiosa apuesta por el papel del papel hoy que todo parece reducido a las pantallas. Vive la letra impresa.

La tentación de tomarse a la ligera el asunto está presente en forma de amenaza en los primeros tramos de la película pero, menos mal, los derroteros pronto pasan a ser más serios (que no profundos) y la historia se compromete con un cierto homenaje al legado de aquellas feministas de la generación X en tanto en cuanto sirva como ejemplo a seguir por la generación Z a la hora de defender lo que está bien, sola o en compañía de otras. No es precisamente innovadora Moxie cuando aborda los galimatías sentimentales, ya sea con el patinador simpático y comprensivo con el que Vivian tendrá su primer álbum de besos y demás en la parte trasera de un coche o con los celos de la amiga de siempre ante la irrupción de la recién llegada. Estrechos contactos interraciales para estar al día y que sirven como estímulos para crecimiento personal de Vivian: no solo aprende a alzar la voz, sino que también se da cuenta de los (d)efectos de su cobardía al ocultar su autoría del fanzine por los reproches hechos desde el cariño.

Las buenas intenciones de Moxie se resienten del maniqueísmo con el que se dibujan algunos personajes y salen dañadas por un desenlace que pretende ser épico pero que resulta forzado y escasamente creíble.

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