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Intimidad, espectáculo y experimento

Una imagen del capítulo final de “Bruja Escarlata y Visión”.

Qué grata sensación no saber qué será una serie antes de verla. Hace unos meses, llegábamos a “Bruja Escarlata y Visión” con la información justa: sabíamos que la coprotagonizaban dos personajes sin enorme protagonismo en el Universo Cinematográfico de Marvel y cuyo romance, convertido en matrimonio, no habíamos visto realmente florecer en pantalla; y que, en apariencia, iba a ser un homenaje a las telecomedias clásicas a través del prisma Marvel.

Pero ni siquiera después de ver los dos primeros episodios, que llegaron juntos, acabamos de saber qué era “WandaVision”, título original mucho más apropiado. La creadora Jac Schaeffer y el gran director de “sitcom” (entre otros géneros) Matt Shakman armaron un monstruo televisivo en perpetua mutación, en el que la recreación divertida de tropos pretéritos se fusionó de forma gradual con una versión elegante del UCM, y los cambios en la estructura narrativa o las sorpresas argumentales no dejaron de sucederse. Qué grata sensación, tan antigua pero tan novedosa en tiempos de series completas volcadas de una sentada: la tensión de no saber qué pasará, qué vas a ver... durante toda una semana.

Pronto llegará “Falcon y el Soldado de Invierno”, ya descrita por su coprotagonista Anthony Mackie como “una película de Marvel de seis horas”. Poca novedad. Lo de “Bruja Escarlata y Visión” ha sido otra cosa: una verdadera fusión entre medios, entre los encantos de fórmulas televisivas de antaño y el impacto visual o la fiereza épica del cine superheroico actual. Pero, al contrario que casi siempre en este último, aquí no hay mundos enteros en peligro –tan solo el pequeño pueblo de Westview–, ni un equipo protagonista difícil de encajar en un solo póster. Y esa intimidad ha jugado a favor del proyecto.

“Bruja Escarlata y Visión” sería valiosa ya solo como breve historia de la telecomedia USA –el nivel de artesanía e ingenio meta ha superado expectativas– o como ingenioso uróboro marveliano –y aquí hay espacio para la conversión en superheroína de Monica Rambeau o la adjudicación de estatura mítica a Bruja Escarlata–, pero lo que no sabíamos es que llevaría aún más allá la reflexión sobre la pérdida de “Vengadores: Endgame”. Por debajo de los cambiantes e hilarantes títulos de crédito, los guiños lúdicos a series célebres o más oscuras y sus deslumbrantes despliegues de efectos especiales, subyace una historia de duelo, de autoengaño patológico e imposibilidad de procesar una ausencia.

Su recién estrenado último episodio ya no tiene esa parte de experimento nostálgico tan especial en el primer tramo de la serie, pero lleva hasta sus últimas consecuencias esa parte emocional: más allá del doble o triple enfrentamiento en que se concentra la acción, el verdadero clímax de “El final de la serie” es una conversación definitiva entre una bruja y un sintezoide. Lo mejor que podemos decir de ese diálogo es que desde “Watchmen” no se había asistido a una mezcla tan abrumadora de lo improbable y de lo más palpable, cercano e importante.

No pidamos segunda temporada, aunque dé pena que esto acabe: carecería de sentido y, además, en principio ya hay continuación para esto, pero en forma de la película ¡de Sam Raimi! “Doctor Strange 2: El multiverso de la locura”. El UCM no se acabará nunca.

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