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Una serie con demasiado artificio

Jana McKinnon.

Apenas hay espacio para respirar, o para que los personajes respiren, entre las estilizadas imágenes y los abrasivos sonidos de “Los niños de la estación del zoo”, agotadora recreación de la inmersión adolescente de Christiane V. Felscherinow, aquí más conocida como Cristina F., en los pantanos de la heroína y la prostitución.

El libro en que Christiane contó su odisea ya inspiró una película de gran éxito global: “Yo, Cristina F.” de Uli Edel. Ahora, la misma productora que levantó ese filme, Constantin Film, reaprovecha la propiedad intelectual en formato de serie y tratando de hacerla atractiva para el público joven actual.

En el camino hacia un producto lustroso y moderno se han sacrificado muchas cosas; quizá demasiadas. Natja Brunckhorst, la actriz de la película de 1981, tenía 13 años cuando fue seleccionada por Edel para el papel. Jana McKinnon, la actriz de la serie, por otra parte muy notable, nació en 1999. La credibilidad dramática de esta historia crudamente iniciática se resiente por ello.

Los parecidos entre el auténtico club Sound y el que vemos en la serie son pura coincidencia. Su “dj” pincha una vez “Suffragette city”, de David Bowie, por un concurso, pero le tira más el tech-house de 2021, aunque estemos en el Berlín Occidental de los últimos setenta, primeros ochenta. No tiene ningún sentido, más allá del ahorro en royalties que haya podido suponer.

¿O acaso sus responsables creen que a un público juvenil contemporáneo no puede gustarle la música de los setenta? Es como si creyeran que subir los BPMs es la única forma de evitar que el espectador actual deje el móvil. Esa presunción explicaría también la casi exagerada estilización de toda la propuesta. El director Philipp Kadelbach sigue al Danny Boyle de “Trainspotting” en su búsqueda de imágenes creativas tanto para el subidón como para el bajón. De hecho, a veces lo sigue al pie de la letra: véase esa secuencia en que una colocada Babsi (Lea Drinda), otra de las niñas de la estación del zoo, es absorbida por la cama y cae hacia profundidades acuáticas; todo un popurrí de homenajes a ‘Trainspotting’.

Pero incluso el esteta Boyle sabía infundir a las partes tristes un verdadero desaliento que aquí brilla por su ausencia.

Queda observar “Los niños de la estación del zoo” como posible cantera de actores que, en el futuro, podrían y deberían encontrar proyectos mejores. No hablo solo de McKinnon. La serie es más coral que la película y en ella se presta mucha atención tanto a los padres de Christiane como a cinco amigos convenientemente ficcionalizados o directamente inventados.

Jeremias Meyer está soberbio como Axel, el chico amable con todos que no logra enamorar a la única chica que le interesa. Y le siguen de cerca Michelangelo Fortuzzi como el no menos vulnerable Benno, por el que se decanta Christiane; Bruno Alexander como Michi, en lucha con su propia homosexualidad, o Lea Drinda como la acaudalada pero entrañable Babsi. A Drinda le toca, eso sí, tener conversaciones imaginarias con un Bowie (Alexander Scheer) que no se parece en nada al real.

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