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La cámara de los horrores

Una escena de la película.

Parece que fue ayer. Y fue ayer. Veinticinco años no son nada en el curso de la Historia pero cuando los horrores son tan recientes la memoria colectiva prefiere pasar página lo antes posible. Zbanic no: se empeña en que recordemos que en julio de 1995 hubo una guerra sin cuartel dentro de Europa ante la pasividad implacable del resto del mundo. La matanza de Srebrenica sobrecogió al mundo y evocarla en Quo Vadis, Aida? estremece. Y no solo porque haya en su interior abundantes muestras de la maldad humana (ese militar serbio que garantiza la seguridad a las personas indefensas de Bosnia cuando ya se está relamiendo ante la idea de fusilamientos en masa) sino porque echa en cara de los organismos internacionales supuestamente encargados de luchar por la paz y combatir las injusticias (la ONU, en este caso) su traición a esa población idefensa. Como se pregunta el jefe de los Cascos Azules cuando sus superiores se niegan a un ataque aéreo contra las fuerzas serbias, ¿para qué sirve un ultimátum si no se cumple? Para nada. Y eso lo saben los verdugos, que asesinan desde la impunidad y el desprecio. A placer.

Zbanic sabe que no necesita los subrayados para conmover (¿conmocionar?) al espectador. le basta con dejar la cámara quieta mientras fuera de plano fusilan al alcalde de la ciudad. Le basta con mostrar a las víctimas aterrorizadas y luego un escueto plano de las metralletas abriendo fuego. Le basta con seguir el paso lento y desgarrador de una mujer entre los restos de sus muertos enterrados en una fosa común. La historia es mínima: una traductora de la ONU intentando salvar a su familia. Drama íntimo, drama colectivo. El ritmo, implacable. El dolor, veraz y feroz. Parece que fue ayer. Y fue ayer: julio de 1995. Recordemos.

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