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Una parodia de sí misma

Hay secuelas cinematográficas miméticas. Esta es una de ellas. Cámbiese un poco el registro del villano: en “El otro guardaespaldas” era un dictador y en esta nueva entrega es un multimillonario griego, cuya cruzada particular contra la Unión Europea por hundir económicamente a su país tiene cierta gracia. Pero más allá de este malvado de opereta y de algunos gags diseminados a lo largo de 100 minutos, El otro guardaespaldas 2 es una de esas mezclas que no acaban de combinar bien entre cine de acción y comedia. El balbuciente guardaespaldas y el asesino a sueldo vuelven a unirse, más por las circunstancias que por el convencimiento. Tienen de aliada a la mujer del segundo, una Salma Hayek más histriónica de lo que su personaje, ya grotesco, demanda.

Y así, entre tiroteos, persecuciones, engaños y bromas, se sucede a un ritmo endiablado un filme que luce más músculo que sustancia.

La parodia del cine de acción no ha cesado desde que a James Bond le salieron competidores más hedonistas e irónicos, como Matt Helm o F de Flint. Aquellas películas se reían con cierta clase –aunque demasiada misoginia– de los mitos hegemónicos en el relato de intriga y espionaje. El otro guardaespaldas 2 tiene menos referentes en los que reflejarse y, de un modo u otro, acaba riéndose de sí misma.

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