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Vivir y amar al límite

Marcos Ruiz y Begoña Vargas.

Daniel Monzón establece una cierta distancia con el cine quinqui clásico, pero Las leyes de la frontera, según la novela de Javier Cercas, restituye en cierta forma los signos de identidad de aquella modalidad aplicándola a los tiempos actuales.

Es sobre todo un ejercicio de restitución anímica, porque como bien ha dicho el director, aquel cine de quinquis pertenece a un contexto bien preciso, aceptando, con todo, que hubo variedad de películas en este sentido, porque no es lo mismo Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981) que Perros callejeros (José Antonio de la Loma, 1977).

La acción se desarrolla en 1978, en Girona, a partir de la rememoración que, hoy, realiza uno de los personajes clave de la historia. El recuerdo, en este tipo de filmes, siempre tiene un halo de nostalgia y de drama: el flashback es el arma preferida del melodrama.

Así que lo que se recuerda está lleno de buenos momentos y de otros que no lo son tanto en el proceso de maduración de un adolescente de familia emigrante que, lejos de entenderse con sus compañeros de instituto, comienza a frecuentar a un grupo de jóvenes delincuentes y sentirse fascinado por sus correrías al límite.

La película es también una delicada historia de amor –pero ¿qué filme de quinquis no lo es?– combinada con acción y una suerte de realismo social cobijado bajo el espectro de una sólida muestra de cine popular.

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