¡Iniesta de mi vida!

Freddie Highmore, Sam Riley y Astrid Bergès-Frisbey. / Tino Pertierra
Tiene cierta gracia (no mucha, tampoco nos pasemos) que Way out empiece donde acaba La Fortuna, decepcionante serie de Alejandro Amenábar: el traslado de un tesoro rescatado del fondo del mar al interior blindado donde lo guardará el Estado español. Nada menos que la bóveda más segura del mundo, en el Banco de España, comandado por un majete director que da un poco de risa, y que, al final del postre, tiene más agujeros de seguridad que yo qué sé, y eso que la protege un experto que se las sabe todas y se pasa toda la película con cara de cabreo (José Coronado, aquí en modo relax, igual que Luis Tosar como improbable conseguidor).
Ahora que la fábrica audiovisual española se ha homologado a nivel técnico con la anglosajona (no tanto en el campo interpretativo: véanse las notables diferencias de talento entre Stanley Tucci y sus colegas de aquí en la producción amenabariana), con el respaldo decisivo de Netflix en primer lugar, se entiende como jugada comercial legítima que se copien modelos de Hollywood con descaro y a veces sin decoro. Way out no se corta ni un pelo a la hora de tomar prestadas ideas de otras películas sobre atracos imposibles, la saga Ocean’s Eleven a la cabeza, citada explícitamente para que no haya lugar a la duda, claro que sin tanta lluvia de estrellas. Y como sucede en El ejército de los ladrones, que mezcla zombis de Zack Snyder con cajas fuertes wagnerianas en un despiporre delirante, hay un cerebrín de escaso carisma físico que seduce a mujeres fatales con su coco privilegiado, rodeado de profesionales del robo de diverso pelaje, incluidos aventureros románticos, agentes dobles y hackers desenfadados.
El resultado presenta una factura técnica irreprochable (solo faltaría, con un director requetecurtido), el reparto aguanta el tipo a pesar del estereotipo galopante y el guión se mueve a grandes brazadas entre las soluciones mágicas de Tom Cruise como Ethan Hunt y los rifirrafes internos entre los ladrones y los defensores del tesoro. Sin grandes escenas de acción y escasos elementos de sorpresa, Way out ofrece sus mejores momentos cuando más autóctona se manifiesta, con un país zombificado con el fútbol y el gol de ¡Iniesta de mi vida! que vale su peso en oro.
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