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Los sonidos del horror

Pierre Niney.

Antecedentes de postín: La conversación, Blow Up, Impacto, El último testigo. Coppola, Antonioni, De Palma, Pakula. Soledades. Sonidos o imágenes entre sombras. Sospechas. Lo que se esconde entre los pliegues de la realidad da mucho juego cuando se busca la inspiración en la conspiración. Los árboles ocultos no dejan a veces ver el bosque de las mentiras. Yann Gozlan se mueve por esos terrenos confusos en los que la investigación se escapa de los territorios oficiales y pasa a ser una obsesión personal de alguien que dedica todos sus esfuerzos en encontrar respuestas a preguntas que alguien en algún sitio pretende mantener sepultadas. En el caso de Black box la altura de miras es indudable porque se apunta a objetivos muy poderosos, nada menos que la trastienda de gigantes de la aviación que no se pueden permitir que determinadas verdades vean la luz. Y quienes protegen ese silencio están dispuestos a cualquier cosa para impedirlo. Y cualquier cosa rima con cualquier fosa.

Las cajas negras de los aviones son fundamentales cuando se trata de averiguar qué pasó a bordo de ellos si se produce un accidente. Y descubrir si han sido manipuladas es clave para alcanzar resultados elocuentes. Al protagonista de Black box, un Pierre Niney que da bien el tipo de hombre atrapado por una necesidad obsesiva por encontrar la verdad, y que vive de desentrañar el mapa de los sonidos. Lo que otros escuchan, él sí. Los planos de sus oídos son un presagio que adelanta el notable final. Es muy bueno en su trabajo pero sus jefes no cuentan con que, además, es una persona honesta que está dispuesta a sacrificar todo a cambio de encontrar respuestas. Quizá por empatía con las víctimas, quizá por solidaridad con compañeros caídos, quizá por un sentido de la profesionalidad que no admite traiciones. La película deja líneas de sombra que le vienen muy bien a su tono austero y tajante, sin trampas de guión a la americana.

Gozlan, más próximo a la cámara acechante de Coppola y a la gelidez sombría de Pakula que a los brillantes fuegos de artificio de un De Palma, solo se permite la licencia dramática de introducir un personaje ambiguo que primero es contrapeso sentimental y luego se convierte en pieza esencial (en cierto modo redentora y redimida) en la resolución de la intriga, cuando se pisa el acelerador a fondo tras un desarrollo pausado en el que el espectador ve cómo el hombre que descifraba los sonidos va siendo atrapado por una red de mentiras.

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