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Escalada entre la épica y el intimismo

“La cima”.

Tres protagonistas. Un hombre (Javier Rey) cuya meta vital es escalar el Annapurna, una mujer (Patricia López Arnaiz) desencantada tras haber alcanzado todos los logros posibles en el alpinismo, ambos con sendos traumas en sus mochilas, y una montaña que simboliza, al mismo tiempo, todos los miedos y esfuerzos del ser humano para lograr un objetivo en apariencia imposible.

La cima, de Ibon Cormenzana, reúne una serie de características muy poco frecuentes en nuestra cinematografía. Es un filme de supervivencia extrema, pero también de personajes solos frente a la inmensidad. En él se combina la épica del paisaje, en este caso tan hermoso como inhóspito, con el drama íntimo y minimalista en el que se respira la sensación de pérdida, de culpa y de vacío existencial que se contrapone a la necesidad de superación como modo de seguir saliendo adelante.

Podría verse como una película de aventuras, de desafío al límite, pero hay algo también muy humano en ella, aunque no siempre termines de entender las motivaciones de los personajes ni sus razones. La narración es mínima, destilada hasta la esencia, porque lo importante para Cormenzana parecen ser los pasos, las etapas para ir escalando, aunque sea en las condiciones más extremas, convirtiéndose ese ascenso con sus continuas caídas en la excusa que tienen los protagonistas para exorcizar sus fantasmas.

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