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Dos hombres y un extraño destino

Alexandre Jollien y Bernard Campan.

Dos personalidades distintas obligadas a dejar de ser distantes. Casualidades de la vía: un incidente de tráfico y, de golpe y porrazo, el trabajador de una funeraria (enterrador, para el mundo simple) se ve obligado a viajar junto a una difunta y un repartidor de verduras que sufrió una parálisis cerebral. Y que se sabe de memoria tropecientas mil citas de filosofía. Habemus “road movie” a la francesa con una baza muy segura: la excelente sintonía que modula el trabajo de Alexandre Jollien y Bernard Campan. La historia podría ser el punto de partida para una invocación a las trampas lacrimógenas y el humor bonachón (la vida es bella, y esas cosas tan gastadas) pero el guión se las apaña bien para que no haya excesos de ningún tipo, y solo al final se permite un momento de liberación desnuda y acuática que sí suena un poco previsible. Hasta entonces, la propuesta alterna momentos emotivos (el funeral) con otros arriesgados (el episodio de la prostituta), mientras se van encadenando soluciones filosóficas (de Platón a los estoicos pasando por los epicúreos o Nietzsche) y aparecen personajes secundarios que ayudan a que la trama avance a buen ritmo. Lejos de incidir en los defectos o angustias de los personajes, “Mentes maravillosas” (“Presque”, en el original), y sin optar por soluciones más toscas al estilo de “Intocable”, la película de Campan se maneja con soltura y saludable veracidad por territorios altamente peligrosos, sin ponerse solemne y acudiendo a la sencillez para abordar asuntos como la muerte, la decepción, el desengaño, las heridas de la memoria. Desde la mesura y un cauto optimismo, los personajes ofrecen una lección de cómo ir por el mundo pasando olímpicamente de lo que digan los demás.

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