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Los desengaños de las apariencias

Santi Millán y Natalia de Molina.

Los espejos los carga el diablo. Esos reflejos pueden ser muy dañinos si los dueños de la imagen original no están conformes con el resultado. Ya se sabe: la vida y sus circunstancias pueden devolver extrañezas y confusiones. Y confesiones también. Los personajes de Espejo, espejo se sinceran en la intimidad y su otro yo, sin nada que perder tras el cristal, cantan las cuarenta para sacar a la luz las contradicciones, las renuncias, las señales de la impostura. Flaquezas y ruinas. El material, claro, es propicio para mezclar humor y drama con buenas dosis de mala uva, aunque aquí prima sobre todo lo primero en forma de gags más o menos elaborados. La fórmula mezcla otras que hemos visto antes con frecuencia, sobre todo en cierto tipo de cine americano que suele derivar hacia la comedia romántica con tintes precavidos de feminismo. Aquí se opta por un envoltorio coral para meter en la batidora variados elementos de esos que suelen ser trending topic en las redes. La imagen estereotipada que dan algunos medios de la mujer en asuntos de belleza postiza. La identidad sexual amordazada. El patoso feo enamorado en secreto que decide dar un giro radical en público. La mezquindad de algunos jefes y las mentiras que nos contamos para sobrevivir a los zurriagazos de la familia, las amistades, los compañeros de curro. Creuhet sabe que tiene un reparto de campanillas y deja que suene sin entrometerse. La comicidad del patetismo alimenta los mejores momentos de una película que alterna tonos y registros sin decantarse por uno en concreto. Cuando se busca una alternativa tipo “Black mirror” (los reflejos que se van y dejan al personaje en plan vampiro), Espejo, espejo adereza con picante de ciencia-ficción el plato preparando un desenlace abiertamente ambiguo. Y sí: las apariencias desengañan.

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