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Rylance, el rey de la función

Mark Rylance.

Mark Rylance es, efectivamente, el rey de esta función. Él sostiene toda la película pese a que hay tres personajes más de cierta entidad. Teniendo en cuenta que se trata de una suerte de pieza teatral filmada dentro de una sastrería de Chicago, en 1956, y que la acción acontece durante una sola noche, la carpintería del teatro se nota por todos los costados de la película.

No hay intento de trascender en ningún momento la noción del teatro-filmado. Si el texto no es nada del otro mundo, lo que acaba importando es la actuación. Aquí, el acierto total es contar con el camaleónico Mark Rylance, actor notabilísimo, aunque sin la cotización de estrella.

Afortunadamente.

No echemos a perder su ductilidad, pausa, capacidad para sugerir tanto con los silencios y otras muchas virtudes que atesora el actor de “Mi amigo el gigante” y “El puente de los espías”.

En “El sastre de la mafia” muestra una de sus facetas habituales, la del individuo apesadumbrado, en apariencia anónimo y gris, que acaba moviendo los hilos de la trama desde el sigilo y la contemplación. La historia gira en torno a una cinta con una grabación comprometedora para una banda de gánsteres. Graham Moore, el director, puede haberse inspirado en el Hitchcock de “La soga” –un arcón juega en ambos filmes una función especial–, pero la historia es puro fuego de artificio salvada por el magnético trabajo de Rylance.

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