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Cine

“Top Gun: Maverick”, una cápsula del tiempo

Tom Cruise vuelve a los cielos como veterano y carismático piloto de combate más joven y en forma que nunca en una película espectacular que apela a la nostalgia sin recato, con un inicio que es idéntico al del filme original

Tom Cruise, en la película.

Desde que el teniente Pete Maverick Mitchell (Tom Cruise) derribó tres cazas Mig-28 en aguas internacionales del océano Índico en el clímax de “Top Gun: Ídolos del aire”, el mundo ha asistido a grandes cataclismos geopolíticos como la caída del Muro de Berlín, la disolución de la Unión Soviética, la guerra de los Balcanes, la caída de las Torres Gemelas, la invasión de Irak, la guerra civil siria, la violencia étnica en Sudán del Sur y el ataque ruso a Ucrania.

Nada en el planeta es igual, por tanto, que hace 36 años, salvo el propio teniente Mitchell y, por extensión, el propio Cruise, que en “Top Gun: Maverick”, su apoteósico regreso a los cielos como piloto de combate, se muestra más joven, reluciente y en forma que nunca. Como si el tiempo se hubiera detenido, impasible, en un instante concreto de 1986. Como si en el mundo no hubiera pasado nada desde entonces.

Fascinante cápsula del tiempo, “Top Gun: Maverick” nos devuelve al icónico universo ochentero de “Top Gun: Ídolos del aire”, película del llorado Tony Scott que elevó a un Cruise veinteañero al estrellato mundial, recaudó 360 millones de dólares habiendo costado apenas 15 y se llevó el “Oscar” a la mejor canción por el arrebatado hito synth-pop “Take my breath away”, de Berlin. Una oda a los pilotos y aviones de combate de la Marina norteamericana, pespunteada por una historia de amor repleta de puestas de sol y filtros anaranjados, que ha requerido de más de tres décadas para tener continuidad.

La nueva película, dirigida por Joseph Kosinski, se estrena en todo el mundo después de dos años largos de retrasos a causa de la pandemia. Y siguiendo los modos heroicos del teniente Mitchell, “Top Gun: Maverick” despega con una difícil misión: salvar las salas de cine de la crisis global de espectadores, pues son el único espacio (olviden las pequeñas pantallas) en el que es posible disfrutar de su experiencia audiovisual al cien por cien. Ascendido aquí a capitán como probador de vuelos hipersónicos, el Maverick cincuentón muestra cutis, dientes y bíceps biónicos, pero no deja de ser una hermosa reliquia de otro tiempo. “El futuro se acerca, y tú no estás en él”, le espeta un alto mando al principio de la película, aludiendo al papel residual al que parecen abocados los pilotos de la Marina en un Ejército dominado por ordenadores y drones. Maverick podría ser almirante o hasta senador, dada su asombrosa capacidad como piloto y sus reconocidos hitos en la batalla aérea, pero su carácter rebelde son incompatibles con la sosa burocracia de los despachos, así que se sigue jugando la vida buscando los límites de aeronaves experimentales.

Tras una prueba fallida, y a punto de ser degradado por desobediente, nuestro héroe recibe un último encargo: regresar a la academia Top Gun para ejercer de instructor de vuelo de una nueva remesa de pilotos ante una misión en apariencia suicida. Ahí debe lidiar con las sombras del pasado, pues uno de los jóvenes pilotos es el hijo del malogrado Nick Goose Bradshaw (Anthony Edwards), que, como recordarán, fallecía en “Top Gun: Ídolos del aire” en un accidente del que Maverick se sentía responsable. También, por supuesto, vivirá su romance, esta vez ya no con la carismática instructora Charlie Blackwood (Kelly McGillis), sino con Penny Benjamin (Jennifer Connelly), encargada del bar de la base aérea y personaje que aparecía en el original solo mencionado como la hija de un almirante con la que Maverick había realizado, sin permiso, un vuelo rasante a los mandos de un F-14.

La película de Kosinski ofrece en su acto final las secuencias de acción aérea mejor rodadas de la historia, una sucesión de loops, rizos, toneles y caídas en barrena filmadas con deslumbrante realismo y con un sentido de lo físico que pone la piel de gallina en unos tiempos dominados por el gélido artificio de los efectos digitales. Obviamente, y más allá de la asombrosa acción aérea, la película es una continua y desacomplejada apelación a la nostalgia, casi tanto que a ratos podría pensarse que se trata de una parodia del original si no fuera porque, al final, su clasicismo, frescura e inocencia –propia de otros tiempos menos cínicos– la hacen completamente irresistible.

El inicio de las dos películas es el mismo: los títulos de crédito, las tipografías, las cinéticas imágenes de cazas aterrizando en el portaaviones, la intro electro-pop de Harold Faltermeyer, el “Danger zone” de Kenny Loggins, Cruise dando gas a fondo a su (recuperada) Kawasaki Ninja H2… No faltan imágenes de la película original a modo de flashbacks, ni el recuerdo de personajes clave de aquella, ni, tampoco, la presencia de algunos de ellos a modo de sentido homenaje.

Tampoco falta la secuencia deportiva: si en “Top Gun: Ídolos del aire”, el equipo de aviadores jugaba al vóley-playa en una homoerótica exaltación de bien torneados cuerpos masculinos perlados en sudor, ahora el compañerismo del grupo se enfatiza en un partido de fútbol americano a orillas del mar. Una diferencia necesaria: en esta entrega, la promoción de jóvenes pilotos incluye a una mujer y a algún representante de las minorías étnicas; en el original estaba copada casi en exclusiva por arrogantes hombres blancos.

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