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¡Bowie, Bowie, Bowie!

Un fotograma de la película.

¿Cómo captar en un solo documental a una figura tan inaprensible, y tan asociada a los constantes cambios de personalidad, forma y género, a la experimentación personal y creativa y a la transgresión de límites como David Bowie? Incluso más que su estupenda no-ficción sobre Kurt Cobain, «Cobain: Montage of heck» (2015), la nueva película de Brett Morgen desecha el enfoque factual en pos de una mirada impresionista; no es una biografía sino un enorme collage de fragmentos de películas, apariciones televisivas y conciertos, pinturas, dibujos, fotografías, vídeos musicales, sesiones fotográficas, piezas de animación, campañas publicitarias y, por supuesto, docenas de canciones extraordinarias reproducidas a todo volumen.

Puede que su desinterés por la claridad expositiva descoloque a sus espectadores menos motivados, pero sin duda su posicionamiento heterodoxo se antoja como el más respetuoso a un artista inexplicable que, decimos, siempre se mostró voluble y sometido a la reinvención. Aunque Morgen da la espalda a las facetas menos amables de su homenajeado –su adicción a las drogas en los 70, sus coqueteos con la iconografía nazi–, eso no le impide ofrecer un retrato poliédrico del hombre falible a menudo oculto tras una criatura alienígena mientras nos envuelve con un ciclón de imágenes y sonidos. «Moonage daydream» tiene potencial para convertir en fans de Bowie a quienes aún no lo son, y para hacer alcanzar el éxtasis al resto de nosotros.

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