La Nueva España

Dublín, a tiro de vuelo para los asturianos: qué ver, secretos escondidos (algunos gratis) y una comida que quizás no esperabas

Pablo Tuñón

“¡Fresco. fresco!”. Como los mejillones y berberechos que supuestamente vendía la dulce Molly Malone según el himno popular de Irlanda, la “isla esmeralda” ha aparecido entre los destinos directos para los asturianos. Con vuelos de ida y vuelta a Dublín los miércoles y domingos, se abre una sabrosa oportunidad, a poco más de dos horas de viaje, para descubrir un territorio tan cercano como lejano. Resulta difícil no sentirse bien acogido en Irlanda, donde hay más por descubrir de lo que uno se puede imaginar. De miércoles a domingo es factible visitar las dos grandes ciudades de la isla: Dublín y Belfast. En este primer capítulo se abordará el destino de la capital de la República de Irlanda, con propuestas y consejos, y en un segundo, el próximo viernes 25, el de la capital de Irlanda del Norte, con consejos de productos y comidas incluidos.

Diez cosas que hacer en Dublín

En imágenes: Un paseo por Dublín

La capital de Irlanda, plagada de anécdotas con mayor o menor dosis de realidad, resulta un espacio fácil y agradable de pasear que ofrece museos y experiencias que inundan al visitante del mastodóntico legado cultural de la isla

Poco queda en su sitio del asentamiento vikingo que dio lugar a la capital de Irlanda en el 841, pero mucho del legado que ha dejado la evolución de la ciudad y, especialmente, de su herencia literaria, académica y musical. Dublín no es una capital que ofrezca un grado exagerado de patrimonio arquitectónico, pero sí insufla fantásticas dosis de cultura, en el más amplio sentido de la palabra, y grandiosas anécdotas con mayor o menor base de realidad. Además de cerveza y una gastronomía con mejores productos que fama externa.

Coloridas puertas en los edificios georgianos junto a Merrion Square

Coloridas puertas en los edificios georgianos junto a Merrion Square

Un paseo georgiano

Dublín se divide en números, que representan sus distritos postales: al norte del río Liffey, los impares; al sur, los pares, que coinciden con las zonas más ricas. Cuanto más bajo el número, más cerca del centro de la ciudad. Pasear por Dublín 2 supone así transportarse al Dublín de mayor esplendor, el de la época georgiana, de 1714 a 1830, coincidiendo con los sucesivos reinados de los cuatro primero monarcas ingleses llamados Jorge.

Surgieron avenidas, los parques crecieron y se extendieron unos edificios fácilmente identificables. Tienen cuatro plantas y las ventanas se hacen más pequeñas a medida que suben de nivel, confiriendo sensación de mayor altura. Hay calles enteras con estos edificios, ahora ocupados mayormente por oficinas.

Alrededor de Merrion Square se pueden observar ejemplos muy claros, que aún conservan detalles como las estructuras metálicas junto a la puerta que servían para limpiar los zapatos, las tapas de los conductos por los que introducía el carbón el carbonero o las escaleras hacia el acceso inferior por el que entraba el servicio. Especialmente recomendable pararse a observarlo en la avenida del lado sur de Merrion, en cuyo final se divisa la cúpula de una iglesia anglicana conocida popularmente, por su forma, como “Pepper Canister” (pimentero).

Llama la atención que haya puertas de diferentes colores, una curiosidad que, como casi todas en Irlanda, encierra una historia popular detrás y tiene que ver con la semejanza entre los inmuebles georgianos y, como no, con el consumo de cerveza y güisqui. «Se dice que un dublinés se cansó de que su vecino llegase borracho del pub y se confundiese de puerta, así que decidió pintar la suya de rojo para que no volviese a pasar», explica Cecilia Ferrari, guía oficial de Dublín.

La escultura que recuerda la Hambruna de la Patata en St. Stephen'S Green

La escultura que recuerda la Hambruna de la Patata en St. Stephen'S Green

Los parques

Recurrir a un guía abre grandes oportunidades de empaparse de una ciudad que encierra tantas anécdotas como Dublín. Junto a los edificios georgianos proliferaron las zonas verdes, de visita imprescindible. Una de ellas es precisamente Merrion Square y otra, St. Stephen’s Green, uno de los parques más antiguos que pasó de albergar ejecuciones o ser lugar para el pasto de ovejas a engrandecerse como lugar de esparcimiento público gracias a la labor de uno de los grandes benefactores de la ciudad, Sir Arthur Edward Guinness, perteneciente a la afamada saga de cerveceros.

En el interior del jardín se puede apreciar una escultura que representa la hospitalidad de los irlandeses cuando acogieron a niños alemanes tras la Segunda Guerra Mundial y otra, de importante valor, recuerda la Hambruna de la Patata de 1845-1851, cuando un hongo acabó con los cultivos del país dejando sin sustento a miles de irlandeses. Hay que recordar, explica Ferrari, que «los católicos tenían prohibido ser propietarios de tierra», por lo que las cultivaban en arrendamiento pero, al llegar la plaga, ya no tenían producción con la que pagar la renta.

El hambre asoló el país ante la cuasi indiferencia de los mandatarios ingleses, la muerte se extendió entre el pueblo eminentemente católico y se propició una de las mayores emigraciones irlandesas. Junto a St. Stephen’s Green resulta imprescindible parar unos minutos a observar el hotel Shelbourne y, especialmente, acceder al interior para observar su salón de té y su bar, que pisaron ilustres de la talla de Pavarotti. Este edificio –toda una institución más que un hotel– goza de importancia histórica, toda vez que en su interior se diseñó el esbozo de la Constitución de Irlanda tras el alzamiento de Pascua de 1916. Asimismo, sus habitaciones alojaron a grandes estrellas de épocas doradas de Hollywood: Grace Kelly, Charles Chaplin, Greta Garbo, Clark Gable, John Wayne, Elizabeth Taylor...

Wilde y Joyce

En el mismo parque de Merrion Square, tumbado en pose desafiante sobre una base de granito irlandés, Oscar Wilde lanza una pícara mirada a los paseantes. Frente a él, dos pequeñas estatuas de su mujer, Constance, y del torso desnudo de Dionisio, dios del teatro. Y en las bases de ambas, algunas de las frases más conocidas del gran literato irlandés como «¿Qué es un cínico? Es un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada» o «Todos estamos en las alcantarillas, pero algunos miramos a las estrellas».

Imprescindible tener una foto con el Wilde yacente de Merrion Square, esculpido en piedra de diferentes países y frente al cual está la casa donde se crio, donde tres placas recuerdan a su padre, a su madre y a él mismo. Apenas unos pasos más allá, se conserva con mostradores y estanterías originales la farmacia Sweny’s, lugar de culto para los apasionados de la otra gran figura de la literatura irlandesa: James Joyce. Se trata de una localización del quinto episodio de su obra «Ulises», convertida ahora en santuario «joyciano».

Inmersión literaria

Con especial protagonismo de Joyce en su interior y en uno de los laterales de St. Stephen’s Green, un privilegiado inmueble georgiano que se salvó de la destrucción que muchos sufrieron a medida que Irlanda fue ganando la independencia alberga el Museo de la Literatura de Irlanda (MoLI), parada obligatoria para amantes de los libros y, especialmente, apasionados del «Ulises» de Joyce.

Allí se fundó la Universidad Católica de Irlanda, con el fin de formar a la emergente clase media católica, sin oportunidad de estudiar en el afamado Trinity College, regido por las privilegiadas clases anglicanas. James Joyce fue alumno y se conserva una foto de él con sus compañeros junto a un árbol. Asimismo, se puede admirar la primera copia del «Ulises», de 1922, y las notas que tomaba el peculiar escritor para sus obras, que dejan bien claro su afán perfeccionista.

Imagen 2. Notas escritas por James Joyce para su obra "Ulises" expuestas en el MoLI  

El MoLI brinda una oportunidad de intentar entender a Joyce, la musicalidad que generaba con su escritura y su «complicada» relación con su Irlanda natal. «Quería reconstruir Dublín en sus libros, pero tuvo que hacerlo desde fuera de su país», explica Luke Fallon, guía de un museo que va más allá de Joyce y trata de transmitir, a través de originales y cambiantes instalaciones, algunas de ellas interactivas, la inmensa herencia literaria de Irlanda. «Para ser un país tan pequeño, es increíble la cantidad de escritores que ha aportado al mundo», recalca Cecilia Ferrari.

Ahí quedan los nombres de Wilde, Joyce, Samuel Beckett, Bram Stoker, C. S. Lewis, Jonathan Swift, George Bernard Shaw, Butler Yeats, Seamus Heaney… Sin olvidarse de los «storytellers», porque la narración oral de historias también está muy intrincada en el ADN irlandés y en el MoLI se puede escuchar la rescatada voz de Peig Sayers, histórica narradora en gaélico, patrimonio llegado del desnudo paisaje de Great Blasket Island.

Tras visitar el museo y descubrir la vocación literaria del pueblo irlandés, que superó etapas de censura y encontró en la escritura una vía de somatización de los traumáticos acontecimientos que acompañaron a la independencia, resulta casi obligado salir al patio exterior, comandado por el mismo árbol de la foto de Joyce junto a sus compañeros universitarios, y cruzar una puerta hacia el mágico escondite de los Iveagh Gardens, un espacio verde público realmente inspirador y que, entre sus elementos, cuenta con una pequeña cascada artificial.

Igualmente, resulta sorprendente descubrir el interior del templo católico situado junto a la entrada al museo, inaugurado, al igual que la institución académica, por John Henry Newman: lo que parece ser una humilde capilla en su fachada central, crece una vez el visitante se adentra en ella hasta convertirse en una colorida iglesia. La Universidad Católica de Irlanda fue el germen de la University College of Dublin (UCD), que actualmente es la institución académica más grande del país, por encima del Trinity College.

Imagen 3. Casa natal de Oscar Wilde

Plaza histórica del Trinity College

Plaza histórica del Trinity College

Un "oasis académico"

Cruzar el arco de la entrada principal al Trinity College supone una abrupta transición: atrás queda el bullicioso tráfico, con sus autobuses de dos pisos, y dentro persiste el único ajetreo de los estudiantes yendo y viniendo de sus clases. «Es un oasis académico en pleno centro de la ciudad», describe de forma certera Cecilia Ferrari. La universidad, fundada por la reina Isabel I en 1592, supone uno de los principales patrimonios de Dublín, con un campus que se abre paso en el meollo urbano.

Apenas quedan restos de los edificios originales, pero sí una potente muestra neoclásica del siglo XVIII en los edificios que rodean la plaza con más solera del campus. Entre ellos, la capilla anglicana y el comedor, donde no está de más asomarse, si está abierto, para ver una sala con largas mesas que recuerda, irremediablemente, a las películas de Harry Potter.

En los edificios de la zona, donde hay residencias para estudiantes, pueden alojarse turistas en ciertas épocas del año. En la plaza se divisa fácilmente un arco con un campanario que recuerda la ubicación de un antiguo monasterio y los universitarios, dentro del imaginario de supersticiones que han ido creando, creen que pasar por debajo del arco da mala suerte para los exámenes. Ciertamente, casi ninguno lo atraviesa. A un lado del campanario, una estatua recuerda al exrector George Salmon quien, explica Cecilia Ferrari, «dijo algo así como que por encima de su cadáver iba a entrar ninguna mujer en el campus y, curiosamente, la primera estudiante lo hizo en 1903 y, justo un año después, falleció Salmon».

Actualmente, el Trinity College ofrece casi todas las carreras, cuenta con más de 15.000 alumnos y en 2020 nombró a su primera mujer rectora. El máximo dirigente de la institución cuenta con una generosa vivienda en la zona.

La biblioteca de la "large room" del Trinity College.

La biblioteca de la "large room" del Trinity College.

El gran must

«Los estudiosos del Libro de Kells afirman que venir a Dublín y no verlo es como ir a París y no ver la Mona Lisa o ir a Roma y no ver la Capilla Sixtina», afirma Ferrari. La joya manuscrita de los primeros cristianos irlandeses constituye, de la mano de la majestuosa biblioteca del Trinity College, la gran parada obligatoria en la capital de Irlanda. Un histórico edificio alberga ambas joyas. El Libro de Kells es «uno de los manuscritos medievales más famosos del mundo».

Una exposición, trufada también con otros manuscritos de la época, explica el trabajo que se hacía en los monasterios: cómo obtenían los vívidos colores que caracterizan al Libro de Kells, los materiales de escritura y la compleja simbología que acompaña a sus páginas. El manuscrito más famoso está custodiado por una vitrina especial en una oscura sala, no puede ser fotografiado y cada ocho semanas cambian la página que se muestra. Tras observar el mismo, unas escaleras enfilan hacia la «large room»: la alargada sala que alberga la histórica biblioteca del Trinity College. Un olor con numerosos matices, proveniente de la descomposición del papel, invade al visitante. Lleva en funcionamiento desde 1732 y desde 1802 tiene el derecho de albergar una copia de cada libro que se publica en las islas de Irlanda y Gran Bretaña.

Los bustos de pensadores, científicos y literatos adornan la sala, el más valioso de ellos es el de Jonathan Swift, autor de «Los viajes de Gulliver» y alumno del Trinity. También se puede disfrutar de una de las pocas copias de la proclamación de la República de Irlanda de 1916 y de una de las arpas –instrumento que es símbolo del país– más antiguas del país.

Catedral de San Patricio

Catedral de San Patricio

Catedrales y castillo

Quien vaya a Dublín no debe dejar de visitar, al menos por fuera, sus dos catedrales: St. Patrick’s y Christchurch, del siglo XII pero con arquitectura visible de etapas posteriores. Ambas mantienen una historia similar: fueron originalmente católicas, pasaron a ser anglicanas tras la ruptura con Roma de Enrique VIII y, pese a que parezca increíble en un país de abrumadora mayoría católica, siguieron (y siguen) siendo anglicanas tras la independencia irlandesa. «Cuando se hizo el traspaso de los ingleses a los irlandeses las catedrales ya no eran del Estado.

El pueblo católico irlandés se había negado, bajo la ocupación, a financiar con diezmos la conservación de catedrales anglicanas, por lo que el Estado inglés decidió dejarlas en manos únicamente de sus comunidades eclesiásticas. Y así siguen gestionadas por sus comunidades anglicanas», explica Cecilia Ferrari. Junto a la catedral del patrón y gran misionero de Irlanda se puede ver el lugar donde supuestamente había un pozo donde bautizaba a los irlandeses.

En la iglesia de Christchurch, que tiene una notable cripta, un curioso puente une la parte del templo con la que anteriormente albergaba el órgano gestor de la iglesia, pero que ahora es un museo llamado Dublinia, dedicado al Dublín medieval y especialmente dirigido a los más jóvenes y pequeños. Esta área formaba parte del Dublín original, el vikingo, del que apenas quedan vestigios en el lugar. Y en la misma se puede visitar el Castillo de Dublín, que fue una fortificación desde 1204 posteriormente reformada tras un incendio en 1684 para acoger instituciones del Estado. Se puede ver la capilla del Virrey, neogótica.

En este lugar se albergaba el virrey inglés en la «Casttle Season», cuando había seis semanas de bailes y fastos que terminaba con la gran fiesta de San Patricio. Acceder al patio es gratuito y es el histórico lugar donde Michael Collins, líder revolucionario irlandés, recibió el traspaso de poder del Reino Unido. Las autoridades británicas le reprocharon que llegase tarde y Collins replicó con una frase histórica: «Si los irlandeses hemos estado 800 años esperando, vosotros podéis esperar ocho minutos». Es recomendable admirar el interior del castillo con una de las visitas guiadas, para lo que hay que pasar por caja, al igual que para ver el interior de las dos catedrales.

Interior del Museo de la Historia Natural de Dublín, conocido como "Dead Zoo

Interior del Museo de la Historia Natural de Dublín, conocido como "Dead Zoo

Bonus gratuitos

Detrás del Castillo de Dublín hay un jardín del que no todo el mundo se percata: tiene forma circular y marcadas en el césped ocho serpientes entrelazadas, un símbolo celta. La razón de su particular forma es que se cree que en esa zona estaba el lago negro que originó el asentamiento vikingo que fue germen de la ciudad y causa de su nombre: lago negro se decía Dubh Linn.

Junto al parque, una joya escondida y gratuita, la Chester Beatty Library, fundada por un magnate minero que donó su colección privada, incluyendo grabados de Goya, papiros egipcios, biblias y coranes antiguos... Parte de ese material se puede visitar sin pagar, algo que ocurre también con el Museo de Arqueología, que alberga una importantísima colección de material vikingo. «Ya quisieran tenerla muchos museos de países nórdicos», afirma Cecilia Ferrari.

Igualmente gratuito es el Museo de Historia Natural, parada obligatoria para los amantes de la naturaleza. Conocido como «dead zoo» –zoológico muerto–, alberga una amplia colección de animales disecados de Irlanda y de otros continentes, algunos majestuosos, además de suponer una forma de viajar un par de siglos atrás al adentrarse en unas instalaciones que apenas han cambiado desde la época victoriana.

El pasaporte completo tras acabar el circuito por las 20 instalaciones del EPIC Museum

El pasaporte completo tras acabar el circuito por las 20 instalaciones del EPIC Museum

Sacar el pasaporte irlandés

Si el visitante desea tener un concepto amplio de lo que supone el espíritu irlandés, entonces debe acudir al museo de la emigración EPIC. A través de un circuito por veinte salas embovedadas, cada una con originales instalaciones que plantean juegos a los visitantes, se consigue un magnífico conocimiento de la influencia irlandesa en numerosos países. No en vano, se calcula que hay 70 millones de personas con ascendencia irlandesa en el mundo.

El EPIC permite una total y divertida inmersión en las razones terribles que obligaron a los grandes éxodos irlandeses, en la expansión de su cultura y su enorme influencia en diferentes campos. En cada sala se sella el pasaporte hasta conseguir completarlo con los veinte sellos; y así uno acaba apreciando que quizás, de una manera u otra, tenga algo de Irlanda en su interior.

El Ha'Penny Bridge

El Ha'Penny Bridge

Cruzar el río y parada en Temple Bar

Caminando del EPIC hacia el centro por el mismo lado del río, un paseo recomendable, se llega a la principal calle de Dublín. En su comienzo se puede ver el monumento en honor al «libertador» de Irlanda, Daniel O’Connell, líder nacionalista que da nombre a la calle. Detrás se aprecia la aguja de acero inoxidable conocida como el «Spire», un elemento de 120 metros de altura que sirve de punto de referencia en la ciudad. Sustituyó a la columna en honor al almirante inglés Nelson que fue volada por el IRA en 1966.

Junto al «Spire» está la actual sede de Correos, un precioso edificio que fue el cuartel general que tomaron los líderes de la insurrección de Pascua de 1916 contra los ingleses. Volviendo hacia el río Liffey, y tomando el paseo junto al mismo, resulta inevitable cruzarlo a través del coqueto puentecillo blanco popularizado por U2: el Ha’Penny Bridge, conocido así por el medio penique que se cobraba para cruzarlo para compensar al balsero que tenía la concesión del servicio de cruzar al río y que se vio perjudicado por su construcción.

Uno de los pubs más famosos de Temple Bar

Uno de los pubs más famosos de Temple Bar

Es el momento de hacerse una foto y continuar, por el otro lado, adentrándose en un arco junto a un histórico pub llamado Merchant’s Arch. Llega así el momento de tomar una pinta y escuchar algo de música irlandesa en vivo en uno de los múltiples locales de Temple Bar, el barrio de la movida dublinesa. Aunque el coste de la pinta se encarece –llegando a más de siete euros– en esta zona, merece la pena pagarla si se da con un lugar donde la música folk suena y la gente se arranca con bailes tradicionales.

También en Temple Bar se puede visitar el Museo del Rock’n’Roll, testimonio del gran patrimonio musical irlandés. A apenas cinco minutos, se puede ver la estatua de Molly Malone y, junto a ella, un pub, el O’Neills, cuenta con cuarenta cervezas de grifo diferentes. Por supuesto, y casi ni resulta preceptivo señalarlo, los amantes de la cerveza tendrán en Dublín parada más que obligada en la fábrica de Guinness, el lugar más visitado de Irlanda. ¡Y sí! La Guinnes, como ocurre con la sidra en Asturias, sabe mejor en Irlanda que fuera...

Por la izquierda, un solomillo de vacuno irlandés, un "full irish breakfast" y un "guinness stew"

Por la izquierda, un solomillo de vacuno irlandés, un "full irish breakfast" y un "guinness stew"

Comidas imprescindibles

¿Deja tanto que desear la comida irlandesa? La respuesta es un rotundo no. La isla esmeralda cuenta con productos de muy alta calidad y con algún que otro plato digno de ser probado. Así, además de la mantequilla y la leche, que harán las delicias de sus amantes, el salmón ahumado de Irlanda resulta especialmente sabroso. A ello hay que añadir la carne de ganado vacuno irlandés: un solomillo o filete nunca falla.

Dos platos indispensables para probar, servidos en muchos pubs con comida tradicional, son el irish stew (carne de cordero estofada con verduras) y el guinness stew (carne de ternera estofada con verduras y la famosa cerveza). ¿Y para desayunar? No solo existe una confitería notable, sino que hay que probar (aunque sea una vez y sin abusar) el full irish breakfast, en el que no faltan salchichas, un bacon de calidad, huevos, champiñones y las tradicionales morcillas irlandesas blanca y negra (black and White pudding).

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