Comidas y bebidas

El peor ranking de la angula

Cualquiera que haya estado en Venecia, por ejemplo, y sostenga que los fritos del mar son mejores allí que en la Andalucía occidental y atlántica es porque no ha probado una acedía o unos salmonetes como es debido en Cádiz, El Puerto o Sanlúcar

Cocinando las angulas.

Cocinando las angulas. / Mara Villamuza

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

A veces uno lee cosas bastante prescindibles como los múltiples rankings del portal TasteAtlas, una publicación bastante seguida en internet, campeona en la divulgación de los charts gastronómicos más asombrosos. Pásmense esta vez conmigo: TasteAtlas incluye en una lista de los diez peores platos del mundo las codiciadas angulas a la cazuela, representativas por su elevado precio y escasez de la cocina sibarita en el norte de España, sobre todo en el País Vasco y Asturias. Los platos, parece ser, los eligen seguidores de la publicación; probablemente muchos de ellos poco o nada familiarizados con el producto y condicionados por los nuevos dilemas éticos sobre la comida. De hecho en TasteAtlas nadie duda de la pizza napolitana que siempre sale elegida en los puestos de cabeza, en 2025 después de la lechona colombiana. Es presumible que el público americano junto con el asiático copen la opinión en las encuestas que se divulgan, de otro modo no se entendería cómo los estadounidenses pueden llegar a ocupar hasta cinco puestos dentro de los cien platos populares escogidos como los mejores. En cambio, España solo dispone de dos: el cordero castellano asado y las gambas al ajillo. De Europa, únicamente Italia, ni siquiera Francia, merece el respeto debido siendo el país que más platos aporta a la listas, gracias a las pastas y las pizzas fundamentalmente. Parece claro, además, que el resultado se decanta gracias a la visión pasajera de los turistas sobre el lugar que visitan. De lo contrario tampoco se entendería de forma cabal que en el ranking de los más valorados figure el fritto misto de pescados de los italianos y no, en cambio, la fritura gaditana. Cualquiera que haya estado en Venecia, por ejemplo, y sostenga que los fritos del mar son mejores allí que en la Andalucía occidental y atlántica es porque no ha probado una acedía o unos salmonetes como es debido en Cádiz, El Puerto o Sanlúcar. Y hablo de Venecia, cuna de la fritanga, no digo los pescaditos que se capturan en las costas meridionales que ya salen fritos del agua debido a las altas temperaturas; aquellos, por supuesto, que no se ahogan debido a la podredumbre del mar en ciertas latitudes mediterráneas.

Llegados a este punto supongo que a alguien le interesará saber, además de las angulas, cuáles son los otros dos platos españoles considerados entre los diez peores por TasteAtlas. El segundo de ellos es el bocadillo o la tosta de sardinas, es decir la combinación de unas sardinas en lata con el pan y otros ingredientes como el tomate, los pimientos o las aceitunas. Parece que la esencialidad y la sencillez tampoco atraen demasiado a los votantes de la publicación. Igualmente no gustan las habas a la catalana, que llevan panceta y butifarra. Vaya a saber cómo se las imaginan o cuáles han probado. Lo más curioso de todo es que España, al mismo tiempo de contabilizar tres platos entre los diez peor valorados, figura en otro de los rankings de TasteAtlas, el de las cien mejores cocinas populares del mundo, nada menos que en el puesto número cuatro, después de Grecia que ocupa el primer lugar, ay, Italia y México, un escalón por delante de Portugal y dos de Turquía, que son quinta y sexta. Por si les sigue interesando, séptima, octava, novena y décima son respectivamente Indonesia, Francia, Japón y China. ¿Indonesia? ¿Nasi goreng? ¿Bawang goreng? ¿Arroz frito con palitos? ¿Chalotas fritas crujientes? La perplejidad es inagotable.

No se puede negar que todos tenemos manías y jorobas, más aún los que llevamos largo tiempo en este valle de lágrimas. Últimamente la he emprendido contra la carne de vaca excesivamente madurada a la que no encuentro sentido y de la recelo por temor a la putrefacción. En esta vida me he negado a comer cosas tan evidentemente repugnantes como unos sesos de mono en Hong Kong. Sigue sin seducirme la idea de probar el hákarl, manjar nacional de Islandia elaborado con carne curada de tiburón groenlandés por la podredumbre y el alto contenido de amoniaco. Puedo pasar perfectamente sin el riz Casimir, ese arroz que cocinan los suizos, con pollo, crema, leche de coco, almendras, peras, piñas, duraznos y una variedad de saborizantes como curry en polvo, chile, canela, clavo, garam masala y laurel. Detesto las coles de Bruselas. Me produce repugnancia la piña en la pizza, que solo comería con una pistola apuntándome a la sien; el pastel de pizza, la llamada tarta de espagueti y algunas otras porquerías típicas estadounidenses, como esa hamburguesa llamada Luther, con queso y cubierta de tocino que se sirve reemplazando el bollo por un donut, y que al parecer inventó un sujeto en Georgia cuando se quedó sin pan. El simple hecho de oírlo me produce nauseas.

La vida está llena de comistrajos sin sentido, algunos incluso gozan de una aceptación considerable y de cierta inmediatez como la variedad de cachopos inventados, teñidos de tinta de calamar o rellenos de quesos, que solamente de pensarlo empalagan, para mayor descrédito del filete cordón bleu rebautizado en Asturias. Jamás he compartido esa pasión de los ingleses por el marmite, esa pasta extracto de levadura color caca de característico y potente sabor que algunos untan en las tostadas y que ha adquirido como música de fondo el lema de "love it or hate it" (la amas o la odias) ya que no suele dejar a nadie indiferente. Los suizos comercializaron hace tiempo algo parecido con la marca Cenovis, que es también un auténtico asco. Aparte de los relojes y consecuentemente el de cuco, no hay grandes aportaciones suizas a la historia de la humanidad. En este caso la comida no puede ser una excepción, confórmense con un queso de raclette y poco más, amigos míos.

No he pretendido aburrirles con los platos que nunca comería o simplemente aquellos que me desagradan. Pero puedo asegurarles que las codiciadas angulas, como probablemente les sucederá a otros quienes aún tienen la fortuna de poder comerlas de vez en cuando, no se encuentran entre ellos.

Vinos

Pruno Finca Villacreces 2022

Hace algo más de una década Robert Parker encumbró un vino joven de la Ribera del Duero considerándolo el mejor de la historia de España por su relación calidad precio. Entonces lo calificó de «asombroso». Por todos los años que lo he probado no me consta que este tinto elegante y racionalista haya hundido sus altas expectativas. Me sigue gustando y, todavía más, su precio imbatible. La novedad esta vez es que la bodega de Quintanilla de Onésimo ha introducido un pequeñísimo porcentaje de merlot en el coupage de tinta fina y cabernet sauvignon. Crianza de un año en barrica de roble francés, color picota, complejidad y concentración en la nariz, en la que despierta aromas de frutas rojas, tofe y cacao, además de un apreciable fondo mineral. En la boca es fresco y sabroso, con muy buena estructura, recuerdos balsámicos y de regaliz. El precio de la botella de 75 cl, no alcanza los 13 euros; el de la magnum, con un vistoso estuche y una invitación para visitar la bodega, ronda los 35.

El Enemigo Chenin 2021

Vino este que muestra una chenin blanc muy expresiva elaborada en Mendoza (Argentina) por Aleanna, una bodega que se abre otro camino de la mano de nuevos enólogos capaces de aportar descubrimiento en la viticultura. Con uva plantada en parral a casi mil metros de altura en suelos arcillosos, fermenta en depósitos de hormigón y acero con levaduras salvajes, durante 40 días a 18 grados. No tiene crianza en roble y es embotellado sin filtrar. Color dorado pálido, en la nariz deja aromas florales y cierta salinidad. En la boca es fresco, de cuerpo entre medio y ligero, con pocos grados. La botella cuesta alrededor de 25 euros.

Château Bel-Air Pomerol 2016

Clásico entre los clásicos, este merlot del Château Vila Bel-Air procede de doce hectáreas de viejo viñedo plantado sobre suelos de grava y arena dedicados a la variedad tinta local. Mantiene una crianza entre doce y dieciocho meses en barricas de roble. Pomerol empezó a popularizarse por la denominación más pequeña de vino premium de Burdeos, tintos de escasa producción que, a diferencia de las otras distinguidas subregiones no dispone de sistema de clasificación. Color picota oscuro, fruta negra madura e intensa en la nariz, con toques minerales y recuerdos especiados. Opulento y aterciopelado en la boca, cuenta con una acidez sobresaliente y fresca, y un fondo mineral. Alrededor de 30 euros la botella.  

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