A veces la vida da golpes duros, pero casi siempre tienen su recompensa. La diseñadora asturiana Inés Figaredo puede dar fe de ello. Hablar con ella es como estar leyendo un libro de autoayuda. Su vida es un auténtico torbellino de sentimientos en el que se vislumbra el nacimiento de sus idolatrados bolsos.

Aunque nació en Madrid, ella misma reconoce: «Uno es de donde pace, no sólo de donde nace».

A pesar de la distancia, declara que Asturias es la artífice de su personalidad y de lo que es hoy en día. «Siempre ha existido en mí esa dualidad. Siento Asturias como algo muy primitivo, muy salvaje, muy instintivo. Eso se mezcla en mí con la sofisticación que me han dado los colegios internacionales de Madrid, el trabajo que he desarrollado en Nueva York, en Londres o en Edimburgo. Pero mi esencia está en el verde de los prados asturianos, en sus montañas y en lo que esta tierra me ha dado», asegura.

La actividad laboral de su padre, que trabajaba como abogado en Gijón, obligó a Inés y a su familia a trasladarse a la capital. Tras realizar sus estudios en colegios internacionales de Madrid, siguiendo los dictámenes familiares, Inés centró su formación en la rama jurídica. «Me formé en derecho marítimo siguiendo la estela de mi padre. La vida me llevó por obligación, no por voluntad, por esos derroteros. Fue una etapa muy infeliz. Vivía muy forzada, como si estuviera en una vida que no era propia. Heredé ciertas ideologías que me hacían sentir que no estaba en mi lugar».

La vida le depararía la primera de sus sorpresas. Inés conoció a Gonzalo, el que sería su marido y su principal apoyo. A los 17 días del nacimiento de su primer hijo, cayó gravemente enferma. «Estuve doce días con el apéndice reventado. Tuve una infección en la sangre y entré en coma. Siempre he sido una mujer muy bruta y aguanté más de lo que debía. Nadie aguanta tanto tiempo en ese estado. Estuve en coma inducido muchos meses, me hicieron siete cirugías de abdomen y me pusieron drenajes en los costados que todavía llevo. Todas mis sensaciones estaban distorsionadas. Fue muy traumático. No volví a coger a mi hijo en brazos hasta que cumplió un año. Nos trasladamos a Londres y, por el trabajo de mi marido, se me exigía una vida social que no podía asumir. Tuve que hacer un trabajo diario muy importante», indica.

Pero, a pesar de las dificultades y de haber estado al borde de la muerte, Inés decidió renacer, salir fortalecida del bache y ser la autora de su propia terapia. «Tuve que hacer un parón forzoso, no podía incorporarme a lo que había estado haciendo antes de caer enferma porque me exigía una fortaleza física y mental y unos horarios que no podía asumir; así que tenía una necesidad brutal de ocupación. Yo siempre digo que me agarré a la vida en forma de bolso. Mi marido volvió a su trabajo, mis hijos seguían creciendo y yo veía la vida desde una silla de ruedas. Empecé a pensar, de una manera casi terapéutica en cómo reelaboraría yo los objetos cotidianos. Pasaba las horas desarrollando una especie de trastorno obsesivo compulsivo transformando en mi mente esos objetos en bolsos», recuerda Inés. «No sé por qué me centré en los bolsos. Tendría que hacer una especie de psicoanálisis. Una vez mi terapeuta me dijo que tenía muchas cosas en la cabeza y que era curioso que diseñara justo algo que contenía muchas cosas», explica.

Poco a poco, de manera autodidacta y con el apoyo incondicional de su marido, Inés empezó a hacer realidad sus fantasías. «Boceté todas mis ideas y me puse en contacto con una fábrica de Alicante que encontré por internet. La conclusión de esa reunión fue que enmarcara los bocetos porque nadie me iba a poder hacer eso nunca», indica. A eso siguió la negativa de un patronista y de otros muchos agentes que estaban demasiado ocupados para hacer realidad sus ahora deseados bolsos botella o bolsos papelera. «Apareció una especie de Geppetto que nos hacía los patrones durante una hora al día. Los bolsos tardaban en salir casi seis meses. Una auténtica locura», cuenta sonriente. Desde que arrancó esta aventura, en el año 2007, y gracias a su empeño, Inés Figaredo ha conseguido hacerse con una red de profesionales artesanos que han llevado sus diseños hasta la verdadera élite de la moda. Un universo al más puro estilo «Alicia en el país de las maravillas» que hoy ocupa un lugar privilegiado en los mejores escaparates de todo el mundo.

«Mis diseños se basan en mis instintos más primarios y en una serie de ideas espontáneas. Mi trabajo es algo muy interno. Por eso, buscamos puntos de venta que podían entender nuestra filosofía. Sacamos fuera nuestros productos de una manera prudente y humilde, gustaron y eso nos ha permitido estar donde estamos», resume Figaredo. Una de sus primeras conquistas fue la estilista de la famosa serie «Sexo en Nueva York», Patricia Field. «Vio uno de nuestros bolsos en una tienda de Nueva York, el "cara niña", y se enamoró. Nos llamaron y nos dijeron que querían tener en su tienda nuestros productos y la propia Patricia nos escribió un mail alabando lo que hacíamos. Fue increíble».

Tras ella, muchas otras famosas han sucumbido a los encantos de los bolsos surrealistas de la asturiana: Willow Smith, Lady Gaga, Rihanna, Paula Echevarría y Clara Alonso. Pero no sólo de esto vive la marca. «Hay muchas clientas anónimas que son las principales amantes de mis bolsos y las que nos permiten seguir manteniendo el producto. Son mujeres independientes, intelectualmente profundas, con conocimientos, que valoran el arte y las diferentes ramas artísticas que conforman la complejidad del bolso que compran. Mis diseños son atemporales, piezas exclusivas con vida propia», asegura Inés.

Inmersa en su tercera colección, que verá la luz el próximo octubre en París bajo el nombre de «Feelings» (sentimientos), la diseñadora asturiana ve con cierta tristeza cómo su trabajo tiene que salir de sus fronteras para ocupar el lugar que se merece. «Estamos centrados en abrir mercados. El mes pasado empezamos en Rusia, salimos en revistas en la India y estamos creciendo en Sudamérica. Sin embargo, en España, las cosas son mucho más complicadas. «Vendemos en Élite Marbella, un punto muy interesante que refleja lo bien valorado que está el producto internacionalmente con respecto a España. Las ventas del año pasado demostraron que somos un "boom", pero entre toda esa clientela sólo una de las compradoras era española».

Pero Inés no cierra ninguna puerta. Hace pocos días que ha salido a la venta la colección que ha hecho en exclusiva para la firma española Alfredo Villalba, una buena oportunidad para dar a conocer a nuevos públicos sus diseños. «El mercado consumidor de la moda en España se divide en dos. La gente con un poder adquisitivo medio-bajo que se decanta por firmas de bajo coste, y la de un poder adquisitivo alto, donde encajaría nuestra firma, pero que tiene preferencia por las marcas consolidadas. En España tenemos mucho complejo de inferioridad porque, como decimos en Asturias, siempre es más verde el jardín de al lado. Nosotros seguiremos haciendo los deberes y algún día tendremos reconocimiento, pero sé que será dentro de muchos años», asegura.

A pesar de no ser profeta en su tierra, Inés Figaredo es una amante empedernida de la tierra que la vio crecer. «Mi relación con Asturias no ha sido siempre buena. Hasta los 20 años no era un territorio amigo. Sentía una cierta hostilidad hacia ella porque me llevaba a lugares condicionados. Cuando me casé y lo empecé a ver como un lugar al que iba de manera voluntaria, me reconcilié con ella. Mis hijos están creciendo allí, tenemos un molino restaurado maravilloso en el que nos sentimos libres y muy conectados con la tierra. Ahora me siento muy ligada a ella, he creado un cordón umbilical muy fuerte con sus montes y sus valles, que son todo en mi proceso creativo. Cerrar los ojos y sentir que estoy allí es algo fundamental en mi día a día».

Fantasea con su marido sobre ese día en el que puedan llevar el negocio desde ese molino. Una fantasía que tendrá que desarrollar el lector al imaginar su rostro. Inés Figaredo nunca posa ante los medios y su imagen es uno de sus secretos mejor guardados.