Rosario Raro (Castellón, 1971) se enamoró de la historia de unos héroes anónimos (entre ellos Albert Le Lay, un Oskar Schindler franco-español), que se jugaron la vida para ayudar a miles de judíos a escapar de la bestia nazi a través de la estación Internacional de Canfranc, en Huesca. Ese relato se ha convertido en "Volver a Canfranc", una de las novelas más vendidas y comentadas del año. Y de ella habló con LA NUEVA ESPAÑA.

A la autora lo sucedido en Canfranc durante la Segunda Guerra Mundial le pareció "un ejemplo inmenso de comportamiento digno. Ayudar a desconocidos, anteponiendo a los demás a uno mismo, creo que es la gran enseñanza que se puede extraer de aquellos hechos, su belleza moral". El mayor obstáculo que le surgió fue "la necesidad de que los datos históricos fueran muy rigurosos. Me documenté durante casi cuatro años. Leí mucho sobre el contexto y los personajes pero aun así no podía escribir a renglón seguido que se dice, sino que cada pocas palabras me detenía para comprobar que lo que incluía en la narración era posible en la época. Todas estas paradas tuvieron como objeto evitar que el lector después se detuviera. Mi intención fue que se leyera sobre 1943 y 1944 de una forma muy natural, como si quien se acercara a esta novela se hallara inmerso en esos años y esa fuera la realidad que lo rodeaba".

Raro se siente orgullosa de que sus personajes "hayan cobrado vida y eso para mí es lo más importante. Que se los sienta en todas sus dimensiones, que no sean construcciones literarias sino que pensemos que pudieron existir. Para mí el desafío era que no se distinguiera a aquellos que están basados en personas reales de otros que son inventados por completo. Que se establezca ese juego entre los hechos históricos y la ficción me resulta muy interesante y que además se relacionen entre ellos, los unos y los otros en el mismo plano, también".

Además, "en algunas escenas pretendía conmover, que el lector sintiera en primera persona lo que se narraba pero no como algo externo sino como si sucediera dentro de él. En el caso de tres escenas de la novela me apliqué especialmente a ello y creo que por los comentarios que recibo sobre lo que producen esos pasajes en los lectores parece que he conseguido trasladar la emoción que para mí fue el motor que me llevó a escribir esta historia".

La autora sabe que "un relato podemos escribirlo sobre un tema que nos interese pero para aguantar tantas páginas como las que exigen algunas novelas, detrás de esa intención de narrar tiene que haber una obsesión. Para mí, durante todo el proceso de la escritura, 'Canfranc' fue como una palabra despertador. Era en lo primero en lo que pensaba cada mañana y lo último de cada noche. En esto se aplica aquello de que un clavo saca otro clavo y en mi caso, para salir -solo literariamente porque me poseerá de por vida, estoy segura- de esta historia que me ha atrapado, la mejor terapia es cambiar de tercio y escribir sobre algo que en apariencia nada tiene que ver. Y lo expreso de esta forma porque al final es muy fácil advertir que siempre escribimos sobre lo mismo, lo que más nos importa, aunque lo disfracemos con el color de otros tiempos y los ademanes de otros personajes. Con ellos estoy ahora aunque no pueda desprenderme de Jana Belerma, de Esteve Durandarte, de Laurent Juste, los protagonistas de 'Volver a Canfranc', y espero que los lectores tampoco puedan olvidarlos".