Durante años, los cafés se convirtieron en punto de encuentro de artistas, intelectuales y ciudadanos amantes de los espacios cálidos. En Asturias, sobre todo en Gijón y Oviedo, hubo varios pero sólo resiste el Dindurra gijonés. Abrió en 1901 y cerró en 2013, pero volvió a abrir el año pasado, con cambio de propietarios, continuando una historia de 114 años. Hubo una época en la que todo el mundo se reunía en el Dindurra, cuando su vinculación con el teatro Jovellanos era directa y los espectáculos acababan allí. Sus paredes albergan miles de historias, por eso no deberían dejarse morir los cafés literarios.

Con los años, lo que un día fue un hervidero de cultura y de pensadores, que confería personalidad a las ciudades, mantiene su esencia en la mayoría de las capitales europeas, y se han convertido en todo un reclamo para los turistas. En España, sin embargo, vemos cómo la mayoría de los cafés históricos han cerrado sus puertas, el caso más reciente el del Café Comercial en Madrid, que después de 128 años de vida, el lunes dijo adiós a sus clientes. Su cierre supone la pérdida de esos lugares de referencia y nos aleja de la época de esplendor de las tertulias. Parece haberse perdido la necesidad de compartir ideas y dar rienda suelta a la palabra frente a una taza de café. El concepto de café literario, que nació en el siglo XIX, en pleno romanticismo europeo, ha ido apagándose en España, como tantas otras cosas, y los cafés echan el cierre, dejando a los clientes solos, en espacios sin personalidad.