"La isla de cada ser humano, Jean Louise, el centinela de cada uno, es su conciencia".

Matar a un ruiseñor se convirtió desde el mismo momento de su publicación en 1960 en un clásico instantáneo y una de esas novelas llamadas a grabarse en la memoria de varias generaciones. Su protagonista, Atticus Finch, pasó a formar parte del selecto club de personajes literarios esenciales. A pesar de ese éxito monumental, espoleado luego por la brillante adaptación cinematográfica con Gregory Peck, su joven autora, Harper Lee, enmudeció como escritora. De ahí la expectación con la que llegó a las librerías de medio mundo Ve y pon un centinela (Harper Collins), manuscrito encontrado por la abogada de la autora y anunciado como una secuela aunque, en realidad, fue alumbrado antes. Un editor lo rechazó pero aconsejó a Lee que lo reescribiera con un cambio sustancial: la protagonista es una niña en los años 30, no una mujer adulta en los 50. Cincuenta y cinco años después, con Lee ya octogenaria, encontramos una obra inferior a su "hermana mayor" pero interesante por aportar una mirada distinta a la misma historia, y en la que, por cierto, y para disgusto de muchos, Atticus Finch no se muestra como el ser pluscuamperfecto que nos llegaría con la novela definitiva. Más bien todo lo contrario. El racismo y los derechos civiles siguen siendo el decorado principal aunque la época es distinta y los problemas tienen diferente intensidad. También el calibre de las denuncias es más grueso en la novela ahora conocida. Cambian el punto de vista narrativo y la estructura, e incluso el tono, más realista aquí y más idealizado en "Matar...". Más que de un regreso de Harper Lee, pues, debería hablarse de una reveladora incursión en los entresijos de la creación literaria, y de cómo un manuscrito interesante pero imperfecto de autora novata se puede convertir, con talento, esfuerzo y buenos consejos, en una obra maestra.