Si nos pusiéramos serios podríamos teorizar con que la primera entrega de Sharknado dejó a la gente ojiplática porque no pretendía ser la peor película de la historia, como llegó a ser etiquetada de forma injusta (aunque parezca mentira, las hay más horripilantes aún), sino que se limitaba a refritar el género de catástrofes a lo bestia, con tiburones engullidos por tornados que, al caer a la tierra, sembraban el pánico por doquier. Sus cochambrosos efectos especiales, sus interpretaciones penosas y su guión andrajoso la convirtieron de forma involuntaria en una especie de Aterriza como puedas de varios subgéneros. Internet, como el gran patio vecinal que es, hizo el resto. La segunda parte generó tantas expectativas que las audiencias fueron incluso superiores, pero en ella ya se apreciaba algo que en la tercera entrega domina el cotarro: la autoparodia. Conscientes de que sus admiradores se mofan del subproducto y son felices cuanta más basura tenga dentro, los "creadores" del engendro han apretado el acelerador de tal forma que la película, o lo que sea, acumula disparate tras disparate. Y, si nos fiamos de las audiencias, éstas ya están un poco empachadas y las cifras, siendo rentables, son inferiores a la anterior tiburonada. Algo pasa.

Desde un presidente Rambo hasta una motosierra de oro pasando por las apariciones recauchutadas de Bo Derek y David Hasselhoff (muchos de los cameos son de gente muy famosa allí pero desconocida por aquí) y un final parturiento que si no lo ves no te lo crees, Sharknado 3 acumula sin piedad momentos a cual más ridículos, aunque, para ser justos, ese bicho que acaba en el regazo de Lincoln, lo de los tiburones en el espacio o la recreación del izado de bandera en Iwo Jima provocan una desmadrada hilaridad.