Juego de tronos arrancó con una primera temporada redonda que bien podría calificarse de deslumbrante si este calificativo no estuviera ya tan manoseado que atufa un poco. La presentación de los personajes, la sucesión de diálogos sembrados de cargas de profundidad, la mezcla justa y necesaria de erotismo polvoriento y violencia relampagueante... Incluso su sorpresa final (para los que no leyeron la novela) aportaba una grandeza a la historia de inquietante calado dramático. Cómo te echamos de menos, Sean Bean.

La segunda temporada llegó ya con unas expectativas tan grandes que hubo cierta decepción entre los que admiraron la primera entrega sin caer en la devoción cuasireligiosa. Mantuvo el tipo pero en posteriores temporadas Juego de tronos empezó dar muestras de una irregularidad alarmante, dando prioridad a algunos personajes de escaso o nulo interés y relegando demasiado de los que más juego le habían dado (ay, Meñique, ay Daenerys Targaryen), con incorporaciones en general poco interesantes y una dispersión de tramas que diluía el interés con frecuencia. Aún así, había episodios completos o momentos aislados que recordaban aquella primera temporada gloriosa. La sexta es un enigma por muchas razones pero, a pesar de las decepciones previas, ¿quién se resiste a la expectación? Y, sobre todo, ¿cómo no alegrarse de volver a ver a la madre de los dragones?