Durante años, las pinturas de flores de la estadounidense Georgia O'Keeffe han sido interpretadas como un icono de la feminidad, una etiqueta de la que ella renegó y que la Tate Modern subvierte ahora con una magnífica retrospectiva de la artista.

"Georgia O'Keeffe", que se presentó ayer a la prensa, es la muestra más completa de la pintora jamás expuesta fuera de Estados Unidos, y ensalza su papel como pionera del modernismo justo un siglo después de su debut en Nueva York, en 1916.

Repartida en trece salas, la exposición, que abrirá al público del 6 de julio al 30 de octubre, comprende más de cien obras de sesenta procedencias, incluida la famosa "Jimson Weed/White Flower n.º 1", la obra más cara de una artista femenina.

Este óleo, de 1932 -un diáfano primer plano de una planta que normalmente se considera una mala hierba-, se adjudicó por unos 39 millones de euros el 20 de noviembre del año pasado en la sede neoyorquina de Sotheby's.

Además de poder contemplar esta cotizada pieza, la muestra permite adentrarse en el pensamiento y en la personalidad de Georgia O'Keeffe (1887-1986), cuya obra estuvo marcada en buena medida por su matrimonio con el fotógrafo y mecenas Alfred Stieglitz, en cuya galería, 291, de Nueva York debutó.

Fue él quien empezó a atribuir a los óleos florales, que la pintora realizó sobre todo en las décadas de 1920 a 1950 del siglo pasado, el componente erótico, al acompañarlos de interpretaciones psicoanalíticas que los comparaban con los órganos sexuales femeninos. Frustrada con este tema, O'Keeffe evolucionó al realismo fotográfico.