El Sporting hizo los deberes. Ganó y esperó al pinchazo de Dépor y Leganés. Una espera que se vio sobre el césped de Ipurúa, donde tras imponerse al Eibar, el equipo rodeó al delegado a la espera de que les diera buenas noticias, ante la necesidad de una derrota de sus otros dos rivales. O de al menos uno de ellos. Los gallegos empataron en Villarreal. Los madrileños, en Bilbao. Y la Mareona de Ipurúa y la gente que vio el partido en Asturias se quedó sin lo único a lo que estaban aferrados: la esperanza de un nuevo milagro.

La Mareona desafío a las matemáticas. De la misma forma que el sportinguismo mantuvo la fe para viajar a Eibar, conocedora de que el equipo sólo partía con un 2,3% de posibilidades de mantener viva la llama de la permanencia, las camisetas rojiblancas se multiplicaron en la localidad guipuzcoana. La previsión de rojiblancos en Ipurúa se había reducido después de que el club devolviera a los armeros 50 de las 200 localidades enviadas a Gijón. Sin embargo, unos 400 se dejaron ver en las gradas del conjunto vasco. Muchos habían reservado butaca a través de la venta por internet que facilitó el Eibar, lo que motivó que estuvieran muy repartidos, con representación en casi todos los sectores.

El Sporting intentó colarse en la fiesta del Eibar, que aprovechó la visita de los rojiblancos, su último partido en casa, para dedicar la jornada a homenajear a sus peñas y a algunos de sus futbolistas. Fue el caso de Ander Capa, ovacionado antes de que echara a rodar el balón con motivo de alcanzar el centenar de encuentros en Primera División. Los armeros cuidan los detalles. Y las meriendas. La plantilla se reunió en los bajos del estadio antes del partido, en torno a una mesa con chocolate y churros. Energía no les faltó.

Los primeros aplausos del lado visitante se concentraron con la llegada del autocar del Sporting, acompañado por decenas de seguidores que antes habían hecho suya la plaza Unzaga, punto de encuentro para la gente del Sporting. "No tenemos mucha confianza, pero hay que venir a apoyar igualmente", comentaban el matrimonio formado por Jonatan Fernández y Cristina Cardín, gijoneses residentes en Irún, antes de ver cómo terminó desarrollándose el partido. El pitido inicial hizo aumentar los nervios. Entre los rostros de tensión estuvo el Javier Martínez, vicepresidente y máximo representante del consejo de administración del Sporting en Ipurúa. También hubo otras caras conocidas. A las habituales de Quini y Nico Rodríguez se añadieron, por ejemplo, la de Mercedes Fernández, líder del Partido Popular en Asturias. Unos y otros, atentos a la radio o el móvil para saber si los resultados de Leganés y Deportivo ayudaban.

Carmona alimentó la esperanza con un gol a la media hora de partido anulado por Martínez Munuera. A la siguiente llegada, Burgui no perdonó, y el sportinguismo sí que estalló con motivo a lo largo de los cuatro costados de Ipurúa y en los bares gijoneses, en los que los saltos y los gritos hicieron acto de presencia, tras los dubitativos primeros instantes en los que, quien más quien menos, daba por segura la crónica de una muerte anunciada.

Los gijoneses se fueron así con ventaja al descanso, tiempo amenizado desde la megafonía con la banda sonora de Rocky y con el obligado paso por la barra en los bares de la ciudad. Los nervios apretaban, el silencio imperaba, pero el primer asalto estaba ganado por los de Rubi.

El "Asturias, patria querida" se coreó en el inicio de la reanudación, mientras el Sporting trataba de encaminarse al balcón, pero del área contraria. Y Cop tuvo el segundo gol en sus botas, y poco más tarde, Vesga. Rubi y todo el banquillo rojiblanco se echaban las manos a la cabeza, mientras desde Bilbao llegaba la información de que el Leganés empataba, resultado que junto al 0-0 del Dépor dejaba al Sporting en Segunda. El sufrimiento iba en aumento. En la grada y en el campo. Los rojiblancos se atrincheraban en su área, con Xavi Torres y Amorebieta como refuerzos llegados desde el banquillo. Y desde Villarreal y Bilbao seguían sin llegar buenas noticias. En Gijón, los sufridores aficionados seguían abonados a la tarde de transistor y tortícolis, cambiando la mirada nerviosos de una pantalla a otra. Los minutos corrían más rápido que nunca, las caras comenzaron a languidecer y las lágrimas fueron las únicas que llegaron.