Miguel Poveda es una figura atípica en el flamenco. Su origen payo y catalán lo desvinculan de los férreos tópicos de esta música, y su trayectoria ecléctica, que le ha llevado a transitar por distintos estilos musicales, diluye el compromiso y el rigor que tantas veces han ido ligadas al flamenco desde el neojondismo de Mairena. Sin embargo, su voz ha sido aplaudida en todo tipo de escenarios, desde la meca de la industria musical (Premios Grammy) hasta en los templos del flamenco (Festival Internacional del cante de las minas de la Unión). El viernes llegaba a Gijón, llenó el teatro de la Laboral, y ofreció un concierto de cuadro flamenco, un recital que discurrió por varios palos de este género y que conquistó al público desde el primer momento.

No fue un concierto de canciones al uso, sino más bien un recital flamenco en el que los versos y las estrofas de diferentes piezas se van entrelazando a voluntad. Arrancó por malagueñas, mostrando un espectacular fuelle para prolongar los fraseos con interminables melismas, y siguió con unas alegrías en las que las palmas y la percusión pusieron pulso y regularidad a un tempo más vivo y en el que Poveda lució potencia y arrestos. Hubo homenaje a grandes del flamenco: palabras para Camarón de la Isla en los versos de una seguiriya y temas de Lole y Manuel entre los que sonó la bulería "Poema a Manuel Molina". El concierto avanzaba, siempre por la senda del flamenco, y no podía faltar una intervención a capella, como mandan los cánones del buen cantaor en este género; se explayó, aunque no era necesario recurrir a tanta reverberación en la microfonía para epatar al respetable.

Entre los músicos del cuadro, todo el protagonismo fue para el guitarrista Daniel Casares, que dejó clara su maestría desde los trémolos iniciales y tuvo oportunidad de dar rienda suelta a su arte con una pieza en solitario. Palmeros y percusionista estuvieron en su sitio, correctos y a las órdenes de un Poveda que mandaba en todo momento, llevando los fandangos al desgarro y conteniendo los tiempos en las bulerías. En la recta final el rigor flamenco dio un respiro, y Poveda homenajeó a Lorca con el soneto "El poeta pide a su amor que le escriba", de su último trabajo, y concedió la primera (y única) copla de la noche, la "Baladita de los tres puñales", ambas arrancaron las mayores ovaciones de la noche, porque el público quizás esperaba más copla y poesía en el repertorio. No en vano, en los bises se acumulaban las peticiones copleras desde el patio de butacas. Aún quedaba la sorpresa de la noche, y cuando muchos ya enfilaban la puerta, Poveda se arrancó con una versión del "Asturias" de Víctor Manuel por peteneras. Estuvo bien, arriesgó poco y emocionó mucho, con el público en pie y cantando. Fue el broche a un concierto con el que el cantante certifica su buena acogida en la ciudad.