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Monitos de feria

Penélope Cruz y Javier Bardem, el gancho de la Academia para atraer la atención

Penélope Cruz y su marido, Javier Bardem, durante la gala. REUTERS

Siempre quedarán Penélope Cruz y Javier Bardem, algo así como los "monitos de feria" de las galas de los últimos años de los premios "Goya" del cine español. Que la famosa, laureada, elegante y un punto misteriosa pareja de actores acceda a sentarse en la butaca durante más de cuatro horas para presenciar el espectáculo es todo un éxito de la organización (la Academia).

Sin Penélope y Javier, poco dados a prodigarse en España (de ahí el morbo de su asistencia), la cosa cambiaría bastante y la atención disminuiría de largo. De hecho, alguien ha dejado caer que se les nominó a calzador ("Loving Pablo", la película que protagonizan, aún no ha sido estrenada en España) para atar su presencia en la gala.

Otra cosa es que se llevaran el galardón, algo que días antes la actriz reconoció que tenía claro que no sería así. Por tanto, hay que pensar que Cruz y Bardem asumen el citado papel de "monitos de feria" de los "Goya": esto es, ser un recurso facilón y apetecible en las bromas, chistes y discursos de casi todos los que desfilan por el escenario para entregar un premio. No digamos ya de los presentadores, para quienes la pareja de actores, sentados en primera fila (a su lado, la noche del sábado, estuvo la madre de ella, Encarna Sánchez), es siempre muy socorrida.

Ellos, que para eso se ganan la vida actuando, mantienen el tipo. Este año lo tuvieron difícil a juzgar por el resultado de una gala que todo el mundo puso a parir por lenta y larga (algo que ya es tradición), aburrida (los "chanantes" Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla hicieron a muchos echar de menos a Dani Rovira) y con cierto mal gusto por algunos chistes que o bien no gustaron (ejemplo, la cara de poema que lució Maribel Verdú) o no se pillaron.

Pero para criticar hay que verla. Lo hicieron más de tres millones de personas, según TVE, que empezó ya a las seis de la tarde a emitir y a eso de la una de la madrugada ahí seguía. ¿Cine? Más bien poco. Eso, para los entendidos y cinéfilos, que cuando llegan los "Goya" ya se lo saben todo. La inmensa mayoría que se asoma a la gala es para pasar un rato entretenido, divertido y, por qué no, cotillear. Las dos horas largas de alfombra roja fueron una delicia para los amantes del famoseo, los chismes y la moda: el Versace que lució Penélope fue un puntazo por su supuesto enfrentamiento con Donatella; el posado en grupo de los políticos, abanico feminista incluido, tuvo su gracia, tanta como morbo la pareja de los ministros Dolors Montserrat e Íñigo Méndez de Vigo; el salero y la elegancia de Macarena García y Aldo Comas siempre sorprenden...

Lástima que a las ocho se acabó lo bueno y hubo que empezar a repartir los premios. A eso de las diez, ahí seguían. Entonces salió una titubeante Marisa Paredes a recoger el "Goya" de honor y, sorpresa, soltó aquello del "no a la guerra". Hacía 15 años del tomate que se montó en los "Goya" que ella dirigió como presidenta de la Academia.

Pero la noche del sábado, Paredes más bien se quedó sola. Quedaban unos cuantos premios por entregar, muchas ganas de salir de allí a festejar y, además, ¿contra qué guerra protestar? Hay unas cuantas.

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